Un Ahab del Plata



Sabido es que el protagonista de Moby Dick, el capitán Ahab, es el verdadero demonio en esa  historia de Herman Melville. El demonio blanco de los mares del sur, el cachalote que le arrebató una pierna y por poco lo parte al medio, es sólo su némesis y su destino. Lo descubre Starbuck en el final del libro ya en medio de la cacería -disculparán que adelante el final: la novela se escribió hace más de un siglo y medio-: "Moby Dick no te busca. ¡Eres tú, eres tú el que la busca a ella!".

Alberto Cisnero (La Matanza, Argentina, 1975) titula su libro Ajab porque escribe el nombre como se pronuncia en la Argentina. Es decir, los signos corresponden a nuestra fonética – y a nuestra eufonía, si se quiere-. La forma en que escribe Cisnero es a la vez retórica y moderna; se trata de una escritura en remedo, esto es paródica; lo cual significa recreativa en los dos sentidos posibles de la palabra, y celebratoria de la tradición, a la vez. “Si usted se comide a la inspección de ese mundo…”, dice el primer poema, “… se hundirá sin recuerdo / en torno a otros tipos que emprenden / su derrota hacia el sur”.

De este Ajab de Cisnero dice Ignacio Uranga en la contratapa que la serie de poemas o poema en fragmentos que componen el breve volumen (cincuenta en total, de diez versos cada uno, en promedio) puede ser entendido como épico o como político-moral.

Cisnero sale a navegar un mundo -esto ha de decirlo textualmente- donde no importa ya la verdad porque todo es real. Su personaje, Ahab, ha perdido para siempre el contacto con la costa. Sus hombres, en la novela, lo verán hundirse y sabrán que compartirán su destino sólo porque ese hombre se atrevió a desafiarse a sí mismo: al ser que encierra, demonio o sistema que lo arrebata. La belleza conceptual del libro de Melville, sus inolvidables parlamentos, en especial aquel de Ahab junto al mástil en el que ha clavado una moneda de oro para quien divise la ballena blanca, son el sustrato de esta enorme metáfora que pierde sus propios límites, que borra los términos de su comparación para dejar de nuevo vivos a unos hombres que al final serán hermanos, cada uno en su soledad, encerrados como en un cápsula en las extrañas letras con que Heman Melville o Dios formó sus apelativos: Strubb, Flask, Bildad, Peleg, Queecqueg, Starbuck, Tashego, Dagdoo y el bíblico Ismael.

No importa si el amable lector que hasta aquí me ha seguido no leyó Moby Dick: puede leer Ajab. Es otra máscara con el mismo nombre quien confesará, ya cerca del final: “sólo lo entiendo por etiqueta racional. vide, / o lo supuse, un signo mas nunca el milagro. / belleza tanta, desolación tanta. territorios /ubicados al sur de nantucket. y condicen / el amor. una onza de oro. mi caligrafía minimal”.

Os lo aseguro: se puede abrir el libro en cualquier página y permitirá ser leído hacia atrás o hacia adelante, y luego a la inversa, proveyendo siempre sentidos. Un cruce, claro está, de sentidos, que elaboran otro, indecible. Cuando se es diestro en el idioma, se sabe además que puede escribirse aujero, y no agujero, porque en el latín del Plata así se dice.

Jorge Aulicino
Op. Cit. Noviembre 30, 2016.


Ajab
Alberto Cisnero
Buenos Aires
Barnacle
2016


De Ajab:

8-

ya quisiera ajab ser un poeta moderno
y tísico que le canta a la piadosa
blancura, al perfecto derecho de vivir
donde le plazca, así en la greda como en el
ceño o disponer de un público al que explotar;
pero le honra el no haber olvidado
que si hay palabras hay bestias y que todas
son del mismo pelo y que si aceptase
que su libertad reside en el pulmón
o en el pulso, valdría menos que un perro.

Imagen: Infobae

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