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Mostrando entradas de 2019

Arte antiguo y estructura

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Hace unos 30 años [escrito en 2006] sostenía la idea de "tributo-distancia" del arte ante la realidad. La sostenía pretenciosamente ante mí; por fortuna no tenía ante quien más. Era el modo en que reducía la enseñanza de mis maestros, por ejemplo Brecht. Esa teoría propia postulaba que el arte trabaja en aquello inefable con que la realidad logra impresionarnos. La tarea es hacer visible eso y de ninguna manera representar la realidad ni ajustarla a una forma. La teoría se fue modificando a instancias de otros descubrimientos en el orden privado. Es curioso el modo en que lecturas casuales, fragmentos, frases ocasionales, cambian o ayudan a progresar lo que pensamos, más que teorías enteras. Ahora que se suele evocar algo así como "los 30 años de la dictadura" [fallido de la conversación para referirse al aniversario del golpe de Estado de 1976], digo que hubo un mundo paralelo al del exterminio: aunque reconcentrado y tal vez ensimismado, altamente creativo;

Xi Chuan: Mosquitos hacen tigres

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Xi Chuan [Xuzhou, China, 1963] permite comprobar que la tradición no es atemporal, sino más bien plástica: adopta las formas que el siglo le permite, le exige o le trasmite. Xi Chuan es producto de una cultura que los países del occidente prefirieron ver siempre impermeable, enigmática y también inmutable. Las numerosas traducciones francesas e inglesas de los clásicos chinos respaldan esa ilusión. Pero hay tópicos en esos clásicos, y uno de ellos es precisamente el del tiempo que se desliza más rápido para las obras del hombre que para las de la naturaleza. Quizá en esto reside la trampa que los chinos tienden al lineal occidente. Ezra Pound, a través de Ernest Fenollosa, tradujo e intentó dar un código a esta poesía de tapiz: la situación descrita en los poemas fue directamente explicada o concluida de un modo personal, para movilizar su sentido. Tenemos ahora la traducción de un poeta chino contemporáneo realizada directamente del chino por un joven poeta y traductor argent

Capote: sangre, mentiras y plegarias

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No sabemos cuál era la apariencia de Truman Capote cuando llegó en 1959 al pueblo de Holcomb, en Kansas. Aun vestido del modo menos notable dentro de su estilo, Capote, de 1.55 de estatura "y ruidoso como una escopeta" según su auto descripción, debió ser más llamativo que un plato volador en cualquier pueblo del Oeste de los Estados Unidos. El 99 por ciento de sus habitantes, calculados con moderación, ignoraba su fama. Capote tenía 35 años. Estaba en la cima de su popularidad en el ambiente sofisticado de Nueva York y en poco menos de la mitad de la expectativa de vida contemporánea (puede haber variado varios puntos en las últimas cuatro décadas). ¿Qué hacía allí? Era periodista y, como cualquier periodista, debía responder a las consignas de sus editores, aun de los editores de un periódico de vanguardia como el New Yorker. La vanguardia lo había llevado a ese lugar, de un modo menos casual de lo que parece. Ese sureño se había aclimatado desde la adolescencia a

Victoria, la otra

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¿La historia de la cultura argentina la escriben los que pierden? Cualquiera sea la respuesta, la batalla no está terminada, porque el nombre de Victoria Ocampo, menos irritante que hace cuatro décadas en los ambientes de la izquierda intelectual, sigue sin embargo asociado a palabras como oligarquía y frivolidad. Se le concede que su obra cultural, básicamente la revista Sur, que editó desde 1931 hasta 1971, es estimable. No se le perdona que haya sido arbitraria en la selección de sus colaboradores, que haya sido antiperonista y que prefiriera tomar el pulso a la literatura de París antes que a la de la Argentina, lo que no es del todo cierto. Ahora [c. 2005], se están reeditando trabajos que Sur publicó a lo largo de 40 años, también las cartas de Ocampo, y en eso debería verse su legado y su particular concepción de la cultura, para la que exigía un “nivel” mínimo, que debía ser --como se dice que dijo alguna vez-- “el nivel Henry James”. Frase quizá involuntariamente irónica,

Una lejana íntima galaxia

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Hace 40 años, Frank Zappa editaba Joes's Garage . Hace 15 años se publicó esta nota: Se cumplieron en diciembre [de 2003] diez años de la muerte de Frank Zappa, uno de los mejores músicos del siglo Veinte, un provocador de lenguaje soez y un fabuloso artesano de la música genéricamente llamada rock. Este año [2004] habrá otro aniversario relacionado con Zappa: se cumplirá un cuarto de siglo de la aparición de Joe's Garage , un disco en tres actos, algo así como una ópera que sólo pudiera escucharse. Prosa, canción y música cuentan allí una historia que ocurre en un mundo “alternativo” en el que la música está prohibida y existen máquinas sexuales. El personaje central, Joe, que comienza evocando las buenas viejas canciones con su tío Larry en un garaje, termina en una cárcel de alta seguridad en la que se encuentra con músicos y antiguos ejecutivos de las discográficas que hacen turnos para inhalar detergente y no tienen máquinas para calmar sus apetitos, así que se los c

La musa equivocada

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     Una discusión sobre el verso libre no tiene ya sentido en ca­si ninguna parte. Lo tiene en la Argentina, en 2010, porque existe aquí una tendencia a reivindicar la esencialidad de la “música” en la poesía. Un tributo a Verlaine mucho más que tardío, un orfismo desmedido, ya que ni Verlaine cumplió con él cabalmente.      Sería interesante ver a qué necesidades estéticas e históricas responde esta viruela boba, pero hemos caído ya en la trampa de discutirla en sus términos, en diversas publicaciones, y, de mi parte al menos, no es momento de abandonar ese terreno, más que nada porque exige renovar argumentos, comprobar que la práctica de cierta teoría, que se nos hizo habitual acto reflejo, sigue gozando de buen sustento.      La música parece el arte por excelencia. No tiene sentido en la música discutir el objeto -ideal o material- al que refiere. Suscita un sentimiento siempre vago que necesitamos asociar a ciertas imágenes, heroicas o sentimentales, para anclarla, para a

Jack, es decir nadie

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Firmar Jack The Ripper en inglés equivale, más o menos, a hacerlo aquí como Pepe, el Despanzurrador. Unas cartas escritas con tinta roja y salvaje sarcasmo en 1888 inmortalizaron, sin embargo, ese seudónimo trivial relacionado con una serie de crímenes horribles y hoy semimitológicos. En la frontera con el nuevo siglo, Jack el Destripador se constituye en el modelo de los asesinos sexuales. El investigador Oliver Cyriac, junto con constatar este hecho, señala: "Antes, los hombres mataban por una razón, o así se suponía". Jack también mataba por una razón, pero su razón es brumosa, sin dejar de ser verdadera. Se le atribuye con seguridad el degollamiento de cinco prostitutas, a las que luego extraía las vísceras, entre el 31 de agosto y el 11 de noviembre de 1888, en el sórdido barrio obrero de Whitechapel -un adelanto de cualquier Fuerte Apache del mundo que nacía-, pero no tuvo rostro, y quizá no pueda tenerlo. Mary Ann Nichols, Annie Chapman, Elizabeth Stride, Cathe

Un Ahab del Plata

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Sabido es que el protagonista de Moby Dick , el capitán Ahab, es el verdadero demonio en esa  historia de Herman Melville. El demonio blanco de los mares del sur, el cachalote que le arrebató una pierna y por poco lo parte al medio, es sólo su némesis y su destino. Lo descubre Starbuck en el final del libro ya en medio de la cacería -disculparán que adelante el final: la novela se escribió hace más de un siglo y medio-: " Moby Dick no te busca. ¡Eres tú,  eres tú el que la busca a ella! ". Alberto Cisnero (La Matanza, Argentina, 1975) titula su libro Ajab  porque escribe el nombre como se pronuncia en la Argentina. Es decir, los signos corresponden a nuestra fonética – y a nuestra eufonía, si se quiere-. La forma en que escribe Cisnero es a la vez retórica y moderna; se trata de una escritura en remedo, esto es paródica; lo cual significa recreativa en los dos sentidos posibles de la palabra, y celebratoria de la tradición, a la vez. “ Si usted se comide a la inspección

Una mañana en el jardín japonés

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Cierta vez, Javier Adúriz me dio cita en el jardín japonés de Palermo. Una mañana. Recuerdo que miramos un rato los peces boquiabiertos y luego nos sentamos en un banco. Me habló de cosas que no recuerdo. Terminamos en un café de la avenida Las Heras, más acorde con mis gustos, entre los cuales estanques, peces, plantas muy cuidadas, no se cuentan. Pero entreví esa mañana la rara sustancia de aquel hombre. Un equilibrio que buscó con paciencia y coraje de samurai. Una vuelta de tuerca que hiciese innecesarias comparaciones y metáforas. Una lengua natural. Adúriz trabajó la mitad de su vida metiendo en formas clásicas imágenes visuales crudamente cotidianas; relacionando el mito con el vivir común, con la aspereza y la desolada vulgaridad de las cosas. Es ilustrativo, además de genial, en ese sentido el verso que aquí cito: Ícaro ciego muerde los ravioles (“Sobremesa del mito"), compañero de aquel otro: El pío Eneas rema sin sentido ("Motivos de una u

Una versión de Pound / The Beautiful Toilet

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Los poemas de Cathay (1915), versiones reputadas de libérrimas de poemas chinos al inglés por parte de Ezra Pound, fueron motivo de controversias y aun de befas contra el autor; de modo que no agregamos nada nuevo con la versión al castellano publicada en este blog de "The beautiful toilet" *, de Mei Sheng, último de los giros posibles para nosotros en este juego de espejos (hay que decir que Pound se basó en notas de Ernest Fenollosa para realizar ese puñado de poemas, en su mayor parte, de Li Po, presentado aquí con su nombre en japonés, Rihaku). La primera dificultad aparece en el título que Pound eligió para el poema. Las versiones al castellano que he visto traducen en la cuarta o quinta acepción de la palabra toilet en inglés: tocado, arreglo. Me pareció pertinente traducir en la segunda o tercera acepción, baño en el sentido de acción de bañarse, simplemente porque nada hay que justifique la elección de "tocado". Pound ha aludido probablemente a "

Cenicienta

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Se le dieron vueltas al asunto pero no las suficientes: la poesía es, como suele decirse, la Cenicienta de las letras. Esto indigna a los poetas modernos, pero hubiera llenado de emoción a los del siglo XIX. La Cenicienta permanece en los últimos estantes de las librerías -los más altos o los más bajos- por tiempo perpetuo. Desde allá mira cómo se van, bajo el brazo de apurados clientes, los libros de la mesa de novedades. La Cenicienta es menos que la Cenicienta: está condenada a dormir en los rincones y vestir con la digna modestia con que la publican a veces sus editores, pero no sirve ni siquiera para limpiar. Nadie la lleva. Sus hojas no alcanzan para hacer manojos con que lustrar los vidrios o encender el fuego de un asado. Es una Cenicienta frustrada incluso en su destino de servidumbre. Ahora bien, la Cenicienta algunas veces recibe el toque mágico de un hada y se convierte, o mejor dicho, se viste, de un halo de belleza. No es que la belleza no estuviera en la inspiración