Jack, es decir nadie


Firmar Jack The Ripper en inglés equivale, más o menos, a hacerlo aquí como Pepe, el Despanzurrador. Unas cartas escritas con tinta roja y salvaje sarcasmo en 1888 inmortalizaron, sin embargo, ese seudónimo trivial relacionado con una serie de crímenes horribles y hoy semimitológicos.

En la frontera con el nuevo siglo, Jack el Destripador se constituye en el modelo de los asesinos sexuales. El investigador Oliver Cyriac, junto con constatar este hecho, señala: "Antes, los hombres mataban por una razón, o así se suponía". Jack también mataba por una razón, pero su razón es brumosa, sin dejar de ser verdadera.

Se le atribuye con seguridad el degollamiento de cinco prostitutas, a las que luego extraía las vísceras, entre el 31 de agosto y el 11 de noviembre de 1888, en el sórdido barrio obrero de Whitechapel -un adelanto de cualquier Fuerte Apache del mundo que nacía-, pero no tuvo rostro, y quizá no pueda tenerlo. Mary Ann Nichols, Annie Chapman, Elizabeth Stride, Catherine Eddowes y Mary Jane Kelly son consideradas las "víctimas canónicas" de Jack, es decir, seguras. Pero pudieron ser más, tal vez hasta ocho.

Jack anticipó a los detectives algunos de sus asesinatos y no pudo ser atrapado por centenares de policías que patrullaban un radio equivalente -más o menos- al del barrio de San Telmo, de Buenos Aires. Vencida, la orgullosa Scotland Yard entregó a su jefe, Edward Bradford, en solo dos meses.

Es difícil saber de dónde viene la fuerza que convierte un caso policial en casi un mito. Difícil establecer qué tipo de terror vivió Londres cuando los cadáveres de maduras y gastadas prostitutas del ruinoso barrio de Whitechapel comenzaron a llegar a la morgue. Y qué impacto produjeron en la sociedad bienpensante, excepto que los diarios conservadores, que solían hablar de "la hez de Whitechapel", comenzaron a abogar por ayuda humanitaria, a lo que el irónico Bernard Shaw contestó desde The Star: "La empresa privada triunfó donde el socialismo falló. Mientras los socialdemócratas convencionales perdíamos el tiempo en educación, agitación y organización, algún genio independiente tomó el asunto en sus manos y, simplemente asesinando y destripando a cuatro mujeres del pueblo, convirtió a la prensa privada a una suerte inepta de comunismo".

Difícil desenterrar la potencia de un mito, su fuente, pero hay algunas pistas psicológicas. Cuarenta años habían transcurrido desde la aparición del Manifiesto comunista, de Carl Marx y Friedrich Engels. La frase que preside aquel escrito histórico es "un fantasma recorre el mundo" y había sido escrita en Londres. Es evidente, entonces, que Londres necesitaba un fantasma. Un espectro de verdad que recorriera la ruina del sistema y amenazara la casas más cercanas a la cloaca, y luego todas. Marx había creado el miedo.  Lo llamó comunismo. Pero enseguida el miedo excedió al nombre. Londres ya estaba invadido por un difuso terror cuando apareció el primer cadáver de aquellas desdichadas prostitutas. Era el terror a sí mismo.

La repercusión mundial e histórica de los asesinatos del East End (límite Este) tal vez no se debe tanto a que hayan sido los primeros en serie, cuanto a que, por primera vez, ocho diarios cubrieron en detalle este tipo de hechos. Y al perfil mitológico de asesino sin rostro habría que sumar, quizá, la circunstancia de que se funden en él la imagen vaga de una especie de monstruo gótico y la un burlador de la Policía, estilo Arsenio Lupin, solo que en este caso enchastrado de sangre. Pero aquella fue siempre una novela escrita en la realidad, no en el papel. En todo caso no tuvo otro autor literario que los periodistas de la época.

Una hipótesis, surgida en los 70 del siglo Veinte, trajo finalmente un elemento conspirativo a la historia. Sostiene que Jack fue el médico de la Corte de la reina Victoria, el cirujano francmasón William Gull. La novela gráfica de Alan Moore y Eddie Campbell en la que se basa la película Desde el infierno (así fechaba el supuesto Jack sus supuestas cartas a la Policía), de los hermanos Hughes, da por cierta aquella hipótesis.

La idea de que un cirujano asesino saliera por las noches del Palacio de Buckingham es atractiva porque parece representar los crueles sueños de la nobleza respecto a qué debía hacerse con Withechapel: extirparlo. Sin embargo, es inconsistente. ¿Prostitutas que intentan chantajear nada menos que a la Corona, a cambio del silencio sobre un desliz del nieto de la reina? El cual era Albert Víctor Christian Edward, duque de Clarence y Avondale, hijo de Eduardo, Príncipe de Gales. ¿Un cirujano enviado a amedrentar a las prostitutas, del que nadie advierte, antes de darle esa tarea, que es un psicópata? ¿Un plan demoníaco de la reina Victoria?

Hay constancias de que la Policía indagó lateralmente el burdel de homosexuales que pudo haber frecuentado el duque de Clarence. El inspector Frederick Abberline (interpretado por Johnny Depp), reputado como excelente detective, tuvo a su cargo este aspecto de la investigación, y eso es todo lo que se sabe. En 1903, Abberline declaró públicamente que su hombre era el envenenador Severin Klosowski (quien fue ejecutado ese año por matar a sus tres esposas sucesivas) y en sus memorias apenas menciona el asunto del Destripador y se explaya, en cambio, sobre su gran trabajo de limpieza en los casinos de Mónaco, realizado para la agencia estadounidense Pinkerton.

El 31 de diciembre de 1888, el abogado Montagne John Druitt, de 31 años, se ahogó en el Támesis. Scotland Yard dijo que él era el principal sospechoso -aunque lo tenía como médico y no como abogado- y cerró el caso. Druitt, que provenía de una aristocrática familia de médicos, era profesor en un internado de varones y miembro del elitista club Los Apóstoles. Con frecuencia atravesaba Whitechapel para visitar a su madre en una clínica de enfermos mentales. Una historia tan improbable como la del duque de Clarence dice que el club, sabiéndolo culpable, lo obligó a suicidarse.

Hay argumentos para sostener que tal vez Jack fuera un pobre diablo, como Druitt; cualquier Jack o cualquier Pepe. Nadie. "Ni un inexperto carnicero haría peor este trabajo", declaró un médico forense ante el cuerpo de una de las víctimas. Hasta el cinismo le sería ajeno: las cartas atribuidas a Jack, encabezadas con el zumbón "Dear Boss" (querido jefe), se suponen escritas por un periodista, una de ellas casi con seguridad. Es decir, serían apócrifas. Aunque, ¿qué quiere decir apócrifo cuando se habla de un fantasma?

© Jorge Aulicino. Copyright 1996-2002: Clarín

Post scriptum:
En 2014 el empresario Russel Edwards, quien había comprado en una subasta el chal de Catherine Eddowes, aseguro que una prueba sobre rastros de ADN (realizada 126 años después del asesinato) permitía confirmar que el asesino había sido (cae bien aquí el pluscuamperfecto) el barbero Aaron Kosminski, un inmigrante polaco. Pruebas con otros métodos se hicieron en 2019 sobre la misma huella de semen del chal. El experto contratado por el empresario Edwards repitió su veredicto, pero no resultó hasta ahora convincente (cf. Gizmodo). El principal sospechoso del verdadero detective Abberline (no el que interpreta Depp) se llamaba Klosowski, y era también, curiosamente, polaco, y tenía la misma edad que Kosminski en 1888: 23 años.

Imagen:
Dibujo publicado por la revista satírica Punch en 1888, acompañando un artículo sobre los barrios marginales de Londres. En el epígrafe se lee:

There floats a phantom on the slum’s foul air 
Shaping, to eyes which have the gift of seeing,
Into the spectre of that loathly lair. 
Face it – for vain is fleeing.
Red-handed, ruthless, furtive, un-erect, 
'Tis murderous crime, the nemesis of neglect.

El autor del dibujo fue John Tenniel (1820-1914), el primer ilustrador de Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas, de Lewis CarrollBritish Library

Comentarios

Entradas populares de este blog

Rembrandt, el oscuro

Si esta es la hora, no está por venir

“Yo nací un día que Dios estuvo enfermo”: Cómo César Vallejo se volvió uno de los mayores poetas latinoamericanos