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Mostrando entradas de abril, 2019

Cenicienta

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Se le dieron vueltas al asunto pero no las suficientes: la poesía es, como suele decirse, la Cenicienta de las letras. Esto indigna a los poetas modernos, pero hubiera llenado de emoción a los del siglo XIX. La Cenicienta permanece en los últimos estantes de las librerías -los más altos o los más bajos- por tiempo perpetuo. Desde allá mira cómo se van, bajo el brazo de apurados clientes, los libros de la mesa de novedades. La Cenicienta es menos que la Cenicienta: está condenada a dormir en los rincones y vestir con la digna modestia con que la publican a veces sus editores, pero no sirve ni siquiera para limpiar. Nadie la lleva. Sus hojas no alcanzan para hacer manojos con que lustrar los vidrios o encender el fuego de un asado. Es una Cenicienta frustrada incluso en su destino de servidumbre. Ahora bien, la Cenicienta algunas veces recibe el toque mágico de un hada y se convierte, o mejor dicho, se viste, de un halo de belleza. No es que la belleza no estuviera en la inspiración

Ironía y traducción

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Mi amiga Gabriela Cabezón Cámara solicitó en Facebook [2012] títulos de cuentos que trascurren en ambientes únicos y cerrados. Quien esté o quiera asociarse a FB puede consultar la larga lista que le propusieron. Alguien, por alguna razón, recomendó "El jorobadito" de Roberto Arlt. Y yo comenté de inmediato algo así como "claro, 'El jorobadito'", por mostrarme nacional (yo había recomendado "La pata del mono", de W.W. Jacobs). Entonces recordé que "El jorobadito" no ocurre, en rigor, en un solo escenario, aunque el escenario decisivo y el que yo memorizaba es la sala de una casa de la mediana burguesía porteña. No quise corregir el error en el FB de Gabriela. Me puse a leer de nuevo "El jorobadito" y me divertí con él como no me había divertido cuando lo leí por primera vez a los 16 años, una edad que no parece ideal para leer "El jorobadito". Supe al rato el porqué de mi regocijo. Sabrán todos que Arlt está rep

No llores por mí, París

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El incendio de Notre Dame destruye, yo creo que para siempre, el sueño parisino que parecía eterno de una ciudad del siglo XX funcionando en una ciudad medieval. Una ciudad de todos los tiempos. Y en suma una ciudad indestructible. - Los romanos solo tienen la ruinas del Coliseo y del Foro, y no lloran por ello -. Durante mucho tiempo, a fuer de sincero, creí que ese ensueño parisino era cierto: en las mismas piedras se habían apoyado peregrinos del siglo XII, espadachines de los siglos XVI y XVII, cónsules, monjes, cortesanas, pintores, Hemingway y el Olivera de Cortázar, Sartre, Juliette Gréco, Charles Parker, y quién sabe quiénes y cuántos más en el pasado, en los próximos siglos y mientras durara el mundo. En las mismas piedras. Exactamente. Yo, que creí de verdad en eso, que me pellizqué cuando pisé por primera vez los adoquines de Montmartre al salir de la Gare du Nord, vi con el tiempo que París se me convertía en una caja de postales, mientras otras ciudades crecían en pe

Los lobos lucanos y el espíritu de la lengua

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Tuve noción de que la traducción es necesaria a la edad de catorce años al terminar el primer año de la secundaria, cuando vi el 10 final con que me había premiado mi profesora de francés. Era una mujer encantadora pero no recuerdo ni uno de sus rasgos, excepto que era, in toto , una señora elegante. Antes de seguir, tengo que aclarar que no aprendí mucho francés nunca, pero a mi profesora le gustaba mi pronunciación. Y entonces debo aclarar también que a mí me fascinaba la suya, de modo que, me temo, allí se había producido algún juego de espejos. Una vez le pregunté por qué los argentinos –en ese momento no sabía que los anglosajones también podían hacerlo– citaban tanto en francés. ¿No podían citar en castellano? No conocía aún la palabra adecuada para definir esa elusión de nuestro idioma, pero tenía, tal como ahora tengo de la profesora, una impresión en conjunto. Aquello me chocaba. No hubiese podido decir que era snob, pues nunca había leído o escuchado ese término. "