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Mostrando entradas de 2022

La cuestión de la piedad en el infierno de Dante Alighieri

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Este apunte fue originariamente escrito para una lectura comentada de la Divina Comedia en Twitter, en 2018 \ EL INFIERNO NO CREE EN LAGRIMAS Los adivinos, que quieren mirar hacia adelante (esto es, leer el futuro), aquí están obligados a mirar hacia atrás, y ése es el castigo que sufren en las Malebolge (malas bolsas) del Octavo Círculo. El contrapaso, figura semejante o bien opuesta al pecado, pero siempre simétrica, rige cada castigo del infierno, y en este caso está muy claramente definida. Dante se horroriza y apena al ver estas almas literalmente contrahechas, y Virgilio lo reprende esta vez bastante fuerte (" ¿eres de esos imbéciles? "), para pronunciar a continuación una frase algo críptica: " Qui vive la pietà quand'è ben morta" (Aquí vive la piedad cuando está bien muerta). Algunos comentaristas incluyen esta frase en la interrogación indicada al final del tercero (en italiano, sólo existe el signo de cierre en las frases interrogativas) y entonces in

Laprida y Bonconte da Montefeltro

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  De chico, me impresionaban unos versos de Arturo Capdevila, los primeros de su “Romance del 9 de Julio”: Sube al estrado Laprida; / se quedan todos atento, / y como un viento de gloria / pasa hecho frío y silencio . Solía recitarlos en los actos escolares un chico de apellido Silva que ya tenía las dotes de buen recitador a la antigua; para ser un chico en la primaria, su voz era resonante, o eso me parecía. Las maestras lo adoraban. El poema electrizaba mi mente infantil. Imaginaba una casa antigua, las ventanas abiertas en pleno invierno, y ese viento de gloria hecho de frío y silencio. La gloria era, pues, fría, pétrea, inmortal. En esos versos intuía el cruce de los Andes, el vuelo del cóndor, las batallas con las manos cubiertas de sangre y de sabañones. El invierno era el lugar de la gloria, que venía apareada con la muerte. Si alguien escribió una épica de las batallas de la Independencia, ese fue Capdevila en cuatro versos. Muchos años más tarde leí el “Poema conjetural”, de

Una nota sobre "La víbora", de Nicanor Parra

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  26-08-2014 /  Eterna Cadencia Durante el próximo mes [septiembre de 2014], y para celebrar su cumpleaños número 100, cuatro escritores compartirán su poema favorito de Nicanor Parra. La primera entrega está a cargo del periodista, traductor y poeta Jorge Aulicino. Por  Jorge Aulicino . "La víbora" me inspiró siempre una simpatía mayor que otros poemas de Parra, quien nos inspiraba mucha simpatía a varios integrantes del taller Mario Jorge De Lellis en los setenta. Recuerdo este poema leído con énfasis por Jorge Asís en su departamento de dos ambientes del Once. Por algo que no puedo definir -y que probablemente, como casi todo en el mundo, sea un conjunto de cosas cuyo resultado es mayor a la suma de las partes-, el poema me parecía totalmente irrealista. Y me fascinaba. Irrealista, aclaro, como todo lo de Parra, que llega a este singular estado mediante el incremento de la realidad. El hecho es que aunque "La víbora" es en primera instancia un epíteto, una metáfo

El mito de los gigantes perdidos

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  Los mitos de la literatura fantástica y de la ciencia fueron meras criaturas y artefactos librescos antes de ser mitos en el sentido moderno: personajes, aparatos, temas que, a fuerza de repetirse en el cine y las series de televisión terminan por convertirse en presencias constantes de la fantasía humana.   Sin perjuicio de que algunas figuras de la literatura fantástica hayan sido, primero, leyendas populares -el conde Drácula, por ejemplo, encarnó literariamente la leyenda del vampiro, que fue popular en los Cárpatos-, el camino ya clásico para convertirse en mito moderno pasa por los libros. Si una parte de la literatura fantástica tienen origen oral y popular, la ciencia-ficción es enteramente una creación de la literatura, que el cine explotó en todas sus posibilidades -y más-, hasta consagrar platillos voladores, viajes en el tiempo, experiencias extrañas de laboratorio en mitos populares del mundo moderno.   Ahora, con los dinosaurios no había pasado mucho. La literatura de

El último poeta comunista

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Evgueni Evtushenko (Zima, Rusia, 1932-Tulsa, Estados Unidos, 2017) era, para muchos de los poetas argentinos de los años setenta, el poeta for-export de la Unión Soviética, el poeta de la política de deshielo de Krushev. Un equivalente de Pablo Neruda, en Chile. De Armando Tejada Gómez en la modesta escala argentina. Esto es, el poeta del Partido, si no en la forma, en la intención: una poesía de masas, de "calidad", claro, pero ideológicamente binaria. Realismo socialista reelaborado, adaptado a condiciones cambiantes del propio socialismo, pero esto sí, multicolor, llamativo. Sin embargo, cuando mirábamos el librito que José Luis Mangieri había traducido para su sello editorial La Rosa Blindada en 1967, la poesía de Evtushenko nos parecía, me parecía, más adusta, más sincera. Las tapas eran naranjas y negras, con la silueta de un toro. Buscábamos las razones del título - No he nacido tarde - en los propios poemas. Y las encontrábamos. Se trataba de la biografía de un hombr