Más grande que la muerte: "Drácula", 1897-2020

Bram Stoker, el autor de Drácula (una novela basada en cartas y diarios imaginarios), vivió entre 1847 y 1912. Nació en Dublín, fue acunado por cuentos de fantasmas y resultó dominado (vampirizado, podría decirse) por el actor y empresario teatral Henry Irving, a quien sirvió en Londres como secretario y administrador, y por quien sentía al parecer tanta veneración como odio.

El libro se publicó en 1897. Stoker se casó con una mujer muy bella, aunque frígida, según su nieta, hija del único hijo del matrimonio. Solía frecuentar prostíbulos y murió de sífilis. ¿Hay en esta vida, poco más que corriente, algo que explique la inspiración genial que llevó a Stoker a darle forma, comprensión y carnadura inmortales a una superstición dispersa? Stoker escribió muchos libros. Nadie recuerda otro que no sea Drácula. Y muchos olvidaron ya que Stoker lo escribió.

La novela despliega, en pocas páginas, una buena erudición sobre vampirismo. El vampiro es conocido "en todos los lugares en que ha existido el hombre", le hace decir Stoker a su personaje, el doctor Van Helsing, médico experto en "enfermedades oscuras". "Ha seguido el rastro del berserker islandés, del huno, engendrado por el diablo; del eslavo, el sajón, el magiar". Los rumanos, recuerda Van Helsing, lo llamaban nosferatu, el no muerto. Stoker alude asimismo a la leyenda de Vlad Tepes, el Empalador, héroe rumano del siglo XV a quien se atribuye una enorme crueldad con los invasores turcos. La leyenda de Vlad no incluye referencias a hábitos vampiros, pero Stoker involucra a Tepes en el libro mediante la mención indirecta del antecesor de éste, que integraba la Orden del Dragón. Drácula y dracul provienen de draco, dragón en latín.

Y comienza la magia. Porque en un acto de magia literaria Stoker despliega la seducción horrorosa contenida en la figura del vampiro, y da un paso más. La operación, simple y emocionante, puede referirse así: en un castillo decadente, al gusto de un romanticismo ya pasado de moda a fines del siglo XIX, rodeado de un paisaje invernal y solitario, un hombre cultivado, enigmático, aristocrático y perverso acaba de franquear la entrada a un joven inglés con la frase clave: "Entre usted libremente y por su propia voluntad". Este hombre no refleja su imagen en los espejos; y es que la superstición decía que el vampiro había perdido su alma (las antiguas culturas relacionan la imagen reflejada con el espíritu). Drácula es peligroso, repugnante y veladamente sensual. Pronto se verá que convive con espectros. Pero estos espectros son voluptuosas figuras femeninas.

El segundo paso que da Stoker en las primeras escenas es insinuar los móviles sentimentales y metafísicos de Drácula. Los personajes de la novela describen luego a un "monstruo" ávido de poder, pero la historia que se narra permitió -a Francis Ford Coppola, por ejemplo- conjeturar otro tipo de avidez. El conde ha elegido una mujer más allá del tiempo. El mal, al modo romántico, se sublimará en una pasión. Al final del relato Drácula habrá movido ejércitos de ratas, niebla, lobos, murciélagos y tormentas; habrá bebido la sangre de inocentes; habrá dormido en su tumba y atravesado "océanos de tiempo", porque su deseo es más grande que todo eso, y más grande que la muerte.

Drácula es un personaje heroico. La novela de Stoker convierte una superstición en mito. Y este es el destino de las supersticiones cuando encuentran buena literatura.

JORGE AULICINO

Clarín 

8.1.2003

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Sobre la más reciente versión de Drácula:

La leyenda del desdichado conde Drácula, el príncipe valaco Vlad III, nació de un libelo. Podría decirse que es la mayor creación que se pueda pedir de una campaña de prensa. El conde a quien tanto temían los turcos fue convertido en un monstruo por los servicios secretos del rey húngaro Matías Corvino, los cuales imprimieron folletos y documentos falsos que exageraban hasta límites inconcebibles la violencia que desplegó Drácula en el siglo XV (consultar Vlad III Drácula, de Matei Cazacu, 2004). Según aquella operación, tramada para desacreditar a un vasallo remiso, el conde Drácula comía niños hervidos, se hacía servir calderos de sangre hirviente y realizaba otras formas de ejecución a cual más sangrienta. El apodo de Empalador se lo puso el enemigo, sin demérito de los empalamientos que realmente cometió. Con todo, y conocida la violencia que asimismo derrochaban los turcos cada vez que lograban avanzar en el hoy territorio de Rumania, Vlad III fue un héroe para el pueblo, un paladín que lo protegía de los asesinatos, el sadismo y las lascivias de los invasores. De modo tal que no fue en Rumania donde se unió la figura del príncipe con la del nosferatu (no muerto), un antiguo personaje sobrenatural que en la sombra de los Cárpatos pudo desarrollarse con muchísima más vehemencia que en otros sitios de Europa y de Asia. En cuanto al diablo, el padre de nuestro conde había recibido la Orden del Dragón (dracul, en rumano). La identificación del dragón con el diablo es de vieja data, como se sabe, y en la tradición rumana había menos dragones que demonios, por lo que dracul vino a significar diablo, y drăculea (de donde proviene Drácula), el hijo del diablo. Difícilmente los compatriotas de Vlad III pensaran que este mote sonase más terrorìfico que admirativo, salvo en Turquía. La figura del príncipe y la de del vampiro se unieron en otro laboratorio cultural: Londres.

Bram Stoker fue un gran novelista que logró darle al nosferatu -contra sus deseos, tal vez- el pulso romántico de un viejo príncipe inmortal, que se perpetúa y hasta rejuvenece bebiendo sangre de seres humanos vivos. En la novela de Stoker, publicada en 1897, es evidente que, más allá de las ambigüedades que le confiere al conde, el autor no lo quiere, por decir lo menos. No lo quieren los "buenos", desde cuyos puntos de vista se narra la historia (se recordará que el relato se vierte a través de diarios personales, cartas, telegramas y crónicas periodísticas). La descripción del primer capítulo, a cargo del comisionista de bienes raíces Jonathan Harker, concede una perversa seducción al noble valaco. Sus gestos pueden ser de una suavidad tan amable, su cultura tan atractiva, su conversación tan interesante, que al principio el joven se confunde. Harker registra asimismo una reivindicación apasionada, por parte del conde, de la estirpe de los Drácula y los guerreros valacos como custodios de la frontera oriental. También el profesor Van Helsing, experto en vampiros, concede a Tepes (es este el apodo que se traduce por Empalador) una inteligencia formidable y una determinación de hierro. Pero se indigna al pensar que Rumania "pagó su tributo de sangre a este malvado durante siglos", lo cual no parece cierto. Por fin, Drácula revela -ya en Londres y perseguido por los "buenos"- que su propósito es nada menos que esclavizar a los ingleses. No debemos extrañarnos: Stoker tenía ideas progresistas y odiaba el feudalismo, pero sin quererlo le confiere, con su Drácula, una grandeza demoníaca. Suele suceder, cuando prima el odio. Stoker era empleado de un empresario teatral al cual aborrecía porque le chupaba la sangre, en sentido figurado.

Dado todo esto, cada uno interpretó la obra como quiso. Ya sabemos que para Friedrich Wilhelm Murnau en 1922 y Francis Ford Coppola en 1992 la motivación es romántica, si bien bastante perversa en el primero. Y es que Drácula dio nueva forma a un mito -tan cercano al de la fuente de Juvencia, por lo demás- que las interpretaciones son siempre legítimas. Murnau -y Werner Herzog que siguió su senda en 1979- basan su erotismo en el simple acto de la succión desde la muerte, una suerte de alianza de Eros y Tanatos. Eso está en el relato de Stoker: de entrada, nos presenta a tres voluptuosas "novias" de Drácula que atormentan a Harker con la atracción irresistible de sus cuerpos y la amenaza de sus colmillos. También Stoker deja ver el amor como móvil, y sobre él erige Coppola su gran obra: en el libro el conde lo menciona al pasar, cuando precisamente una de sus discípulas le reprocha que nunca amó. El cine de Hollywood en general había explotado simplemente la fascinación que inspira el mal, y quizá con esto hizo lo más honesto que podía hacerse con semejante mito de vida y muerte.

Hoy tenemos la posibilidad de una nueva interpretación en el Drácula (2020) de la BBC y Netflix, con libro de notables guionistas: Steve Moffat y Mark Gatiss. Ambos fueron socios en muchos capítulos de Dr. Who, serie diríamos clásica, y responsables de la gran versión de los relatos sobre Sherlock Holmes que dio la BBC entre 2010 y 2014. La nueva versión de Drácula se desarrolla en tres episodios de hora y media. 

Es imposible dar una opinión sobre la lectura que esta vez se nos ofrece sin revelar el final, de modo que me limitaré a señalar cuestiones laterales. El viaje a Londres, que para Stoker está motivado por el afán de poder y para Coppola por el amor -inmortal como quien lo profesa- tiene aquí como causa inmediata el hecho de que Drácula se puede apropiar de las mentes de quienes succiona y aprender de ellas, y en una sociedad como la londinense espera encontrar muchas mentes interesantes de las cuales beber. Moffat y Gatiss corren el centro intelectual del mundo de fines del XIX desde París a Londres, donde el conde quiere literalmente succionar la cultura de Occidente. Otro giro: el profesor Van Helsing deviene en la monja Van Helsing, la misma monja Agatha que da refugio a Harker cuando escapa del castillo del conde. Agatha es un personaje secundario en el libro de Stoker. Esta monja intelectualmente brillante, con problemas de fe que supera en esta revelación, justamente, es el mayor acierto de la serie. Los defectos: sobreabundancia de sangre coagulada (el conde bebía sangre joven y fluida) y de muertos vivos descarnados (un tributo a la era de los zombis, quizá, que poco tienen que ver con el mito). Por último, Drácula hace gala de un cinismo que le queda mejor a un villano de serie yanqui que a un príncipe valaco, e incluso a un británico del común. Es un cinismo impostado, pero por suerte se va diluyendo y desaparece por completo al avanzar la trama. De cuyo final puede decirse, sin cometer spoiler, que constituye un comentario al texto de Stoker, apoyado en el punto de vista del doctor Freud.

Jorge Aulicino

Diario de Series

21.3.2021

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Imagen: Portada de la revista Ñ, en una edición cuyo dossier estuvo dedicado al vampiro. La ilustración principal es un fotograma de la película Drácula (1931), de Tod Rowning, protagonizada por Bela Lugosi.

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