Pasolini: crítica y religión
Una percepción sagrada del mundo humano le permitió a Pier Paolo Pasolini convertirse en el crítico más insaciable de las instituciones de su tiempo en Italia, básicamente el Partido Comunista y la Iglesia Católica. Por sobre ellos, vio lo que llamó "el más represivo de los totalitarismos", la sociedad de consumo, una cultura unificadora universal. Esta visión crítica, de la que se nutre su poesía, tenía en cuenta sin embargo un impacto en las raíces emocionales, en la percepción de un mundo atávico e irracional, el mundo del mito, redefinido por Cesare Pavese en la década de los años treinta del siglo pasado. Sin esta base, la poesía urgente de Pasolini acaso no hubiese perdurado. Y de hecho, toda la polémica que hizo pivote sobre su obra literaria, no hubiese tenido sentido, puesto que lo que se puso en cuestión fue precisamente una especie de obsesión en el universo no histórico, que perduraba en el subproletariado, ni institucional ni clasista.
Pasolini murió asesinado en 1975 en el balneario popular de Ostia, cercano a Roma. Fue un final sórdido para una vida que supo sustraer la pobreza y la marginalidad de su negra violencia, dotando su descarnado paisaje y su oscuridad de un aura sagrada. Sus figuras más queridas parecían por momentos sacadas de un cuadro de Caravaggio, rústicas pero tocadas por una luz sobrenatural. En ese mundo de fealdad angélica no parecía existir la servicia, la náusea, el odio, la vejación y el desprecio. El crimen era allí primordial, adánico, y, la picardía, un extraordinario corte de manga a la suerte.
Pasolini pudo hacer una crítica certera de la evolución de la sociedad burguesa en su patria, del movimiento obrero organizado y de la religión oficial, precisamente porque su Arcadia se alejaba cada vez más de todo eso. Crispado, pero sobre todo melancólico, contempló el arrollador triunfo del capitalismo, el hundimiento de los contenidos ideológicos de la religión y la política, el advenimiento de una sociedad en la que se borraban los límites culturales y de clase. Hacia el final de su vida, contestó de este modo la crítica de Italo Calvino: "Que yo añore o deje de añorar el mundo campesino es asunto mío. Lo que no impide que yo ejerza mi crítica al mundo actual, pudiendo hacerlo más lúcidamente al sentirme desvinculado y al aceptar sólo estoicamente vivir en él". El "mundo actual" se le aparecía, en 1974, sometido a un "modelo cultural" que dominaba el cuerpo y el comportamiento y que era el mismo para los italianos y para "todos los demás hombres del globo". Era aquello que hoy llamamos justamente globalización.
Provenía de lo que pensó era "un producto de la Unidad de Italia": "Mi padre procedía de una antigua familia noble de la Romagna; mi madre, en cambio, viene de una familia de campesinos friulanos que con el tiempo, poquito a poco, han subido a la categoría pequeño burguesa".
Cuando nació Piero Paolo, en 1922, en Bolonia, su padre, un oficial del ejército, carecía ya de fortuna. Su madre era maestra de escuela primaria y estaba sustancialmente hecha de valores que arraigaron tempranamente en el hijo: "Mi madre era como Sócrates para mí. Tenía, y tiene, una visión del mundo sin duda idealista e idealizada. Ella cree de verdad en el heroísmo, en la caridad, en la piedad, en la generosidad. Yo he absorbido todo eso de manera casi patológica", dijo en 1971, en una entrevista con Darcia Maraini para Vogue. Su formación estuvo ligada a las ciudades del norte de Italia por las que deambuló con su familia, pero especialmente a Casarsa, el lugar de origen de sus padres. El Friuli fue tan decisivo en esa formación suya como la Universidad de Bolonia. Aprendió friulano y escribió poesía dialectal. El Friuli, al cabo, fue la causa de la muerte de su hermano Guido, tres años menor. Guido había ingresado a la resistencia antifascista durante la Segunda Guerra Mundial. Los partisanos que combatían en el norte del país se enfrentaron y Guido murió en una indigna matanza perpetrada por los comunistas entre sus camaradas de armas. Sin embargo, después de tan violento golpe, Pier Paolo ingresó al Partido Comunista, en el que no permanecería demasiado. Investigado por supuesta corrupción de menores, se refugió con su madre en los suburbios de Roma, en el Trastevere. En ese Purgatorio pasó años duros, pero en poco tiempo escribió la parte central de su obra literaria. En 1957 publicó los poemas de Las cenizas de Gramsci y al año siguiente El ruiseñor de la Iglesia Católica. En 1960, aparecieron los ensayos Pasión e ideología y, en 1961, otro libro de versos, La religión de mi tiempo. Había tenido ya cierto éxito literario con las novelas Muchachos de la calle y Una vida violenta. En 1964, edita Poesía en forma de rosa.
Mostró una extraordinaria capacidad de escribir en formas métricas clásicas y con lenguaje natural y coloquial sobre las más diversas cuestiones, líricas e ideológicas, lo que guarda relación con su visión total del fenómeno literario y social: "La ideología política es la marxista, pero la ideología estética proviene de la experiencia decadentista aunque profundamente modificada, y arrastra consigo los restos de una cultura superada: evangelismo, humanitarismo", define en 1961. Pasolini creía entonces. Su base católica le impedía concebir un mundo no trascendente. Era poeta: "He vivido dentro de una lírica, como todo obseso".
Nada le parecía más vacío que un comunista europeo. La revolución había fracasado. Sin embargo, termina interrogándose sobre la posibilidad de que funcionen estos dos opuestos: transhumanar y organizar. El primer término, explica, es el que Dante Alighieri utiliza para designar lo inefable de la ascesis mística * (trascender lo humano); el segundo es "evidentemente su reverso". "Me siento cada vez más fascinado por la alianza ejemplar que pudieron realizar los santos más grandes, como San Pablo, entre la vida activa y la vida contemplativa", dice en una entrevista en Le Monde, cuando aparece precisamente, Transhumanar y organizar, en 1971. Al mismo tiempo, de la forma neoclásica había pasado a la forma del apunte y el "artefacto" literario. De la dialéctica gramsciana entre base material y superestructura cultural a la dinámica que genera una rígida oposición entre la participación en las instituciones sociales y religiosas y el pensamiento crítico. Lo que no había perdido era una simbiosis muy particular de lo objetivo y lo subjetivo. La erudición volcada de modo urgente, en el flujo conversacional. La visión mítica del sexo. La historia como pantalla en la que se proyectan figuras arcanas, vivas más allá de la historia. La capacidad de lograr que nada fuera completamente personal y todo lo fuera. La preponderancia de lo dionisíaco sobre la forma, en la que precisamente habla la decadencia y el fracaso civilizante, y en la que logra reverberar el antiguo sol de la carne que se enciende y desaparece en cada acto humano, generación tras generación. Como si ello asegurase la participación de lo antiguo en lo nuevo. Su sed de permanencia real.
* En su aspecto tan profundo me interné,
como Glauco en el mar, al gustar la hierba
que lo hizo compañero de los dioses.
El transhumanar explicar per verba
no se podría; pero el ejemplo baste
a quien la gracia le brinde esta experiencia.
Dante Alighieri, Divina Comedia, Paraíso, Canto Primero
Prólogo a Las cenizas de Gramsci y otros poemas polìticos, versiones de J. Aulicino, En Danza, 2016
è vero
ResponderEliminarNo sé si fue tan crítico de la Iglesia, pues dedicó "El Evangelio según Mateo" al Papa Juan XXII... me parece que a ciertos sectores de la Iglesia los veía con aprecio, lo cual era natural para la ziquierda en tiempos del Consilio Vaticano II. Saludos.
ResponderEliminarFue crítico de la Iglesia y del Partido Comunista, siendo a la vez católico y comunista.
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