Ciencia y poesía: "La verdad está allá afuera"

Por Jorge Aulicino

Originariamente escrita como una introducción al debate sobre la poesía "objetivista",  esta nota fue publicada por la revista Mil Palabras c.2000. Esa introducción era tan errática que el autor decidió quitar de ella lo referente a la poesía de los años 90 en la Argentina, que ocupaba el menor espacio, y dejar sólo en pie sus párrafos más digresivos, unidos por hilos muy tenues, que intentan demostrar la vecindad entre arte y ciencia.

Aparatoso y errado, Goethe discutió con Newton sobre la luz en Esbozo de una teoría de los colores. La trayectoria del genio del romanticismo alemán, o del genio alemán del romanticismo, desembocó, como todo el mundo sabe, en un neoclasicismo. Sin embargo, este recorrido no era lineal ni dejaba atrás lo anterior en cada una de sus estaciones -una de las cuales, estuvo marcada por  su nombramiento como ministro en la corte de Weimar-; la preocupación de Goethe por la ciencia era romántica y positivista al mismo tiempo (basta ver un poco la lógica que inspira, precisamente, ese Esbozo...)

Goethe, el del Sturm und Drang, estaba, a fines del siglo XVIII, radicado en Weimar y dedicado completamente a investigaciones científicas generales que abarcaban desde la anatomía hasta la física. No eran estudios caprichosos y disparatados. Goethe descubrió ciertas similitudes entre las mandíbulas de algunos mamíferos y la del ser humano que fueron consideradas valiosas en el estudio de la evolución.

Quiero detenerme en esa imagen de Goethe, encerrado en un cuarto oscuro, auscultando un rayo de luz con diversos lentes y cristales, con el fin de rebatir a Newton en el punto de que la luz se descompone en diversos colores a través de un prisma. Y quiero ahora echar una mirada sobre Los picapedreros, de Gustave Courbet, una obra exhibida por primera vez en 1850, treinta años después de que Goethe diera término a su Esbozo de una teoría de los colores.

Courbet escribió: “La pintura no puede consistir más que en la representación de las cosas reales y existentes; un objeto abstracto, no visible ni existente, no pertenece al campo de la pintura". Existentes eran aquellos picapedreros. La obra científica de Goethe, el romántico, se concentraba en cambio en cosas casi inexistentes, como la descomposición de la luz, justamente para probar que no existían. Courbet, padre del realismo, basaba su pintura en dos elementos principales: la materialidad de la pintura misma (trazos gruesos, cuerpos labrados a espátula) y la composición. Ambas cosas estaban destinadas a disolverse en la luz de los impresionistas, unas décadas más tarde. En la luz que Goethe tamizaba y que Newton describió con rigor a fines del siglo XVII, cien años antes de que Goethe retomara y maltratara el tema. Nada fue pues más efímero que el realismo a lo Courbet, si se lo mira en la serie de estos acontecimientos históricos.

Pero rescatemos una vez más a Goethe del peso de su propia desmesura. Encuentro en un artículo del Club de los Caminantes esta explicación aceptable para los esfuerzos científicos de Goethe:  “Su afán [era] ser cada vez más verdadero y exacto en la expresión artística de sus emociones estéticas”, de donde surgiría cuál era su búsqueda de fondo. Verdadero y exacto no parece lo mismo que realista, y, sin embargo, ser exacto y verdadero es una aspiración legítima del realismo en un segundo esfuerzo, es decir, después de fijar la vista en, por ejemplo, Los picapedreros. Resulta de esto un Goethe más realista que Courbet. Precisamente.

Casi al unísono con Courbet, Flaubert -de quien diríamos aún que era un realista- escribía: "La Belleza se convertirá quizás en un sentimiento inútil para la humanidad y el arte será algo que se situará a mitad del camino entre el álgebra y la música". Muchas voces del pasado y del presente decían pues, a los oídos de Courbet, que la construcción de las figuras y su disposición en el cuadro eran sólo un primer paso. Parafraseando a Wallace Stevens, un siglo más tarde, Courbet podía haber contestado: “Es sólo el principio, pero es el principio”. Porque -hubiese dicho- advertirán ustedes que he elegido ex profeso personajes bastos -hoy los llamarían sociales-, pero advertirán asimismo que los he dispuesto sobre el lienzo de un determinado modo. En mi Entierro de Ornans, por ejemplo, he colocado de diversas maneras a los personajes en torno a la tumba, así como en El taller del pintor he puesto a la sociedad de un lado y a los amigos del otro. Sin duda -hubiese seguido Courbet- hay en todo esto un sentido, y, por estas y otras cosas, no me ofenderé si me llaman precursor del simbolismo. Y aun vocero de una cierta estructura platónica, de la que son, estos campesinos y aquellos picapedreros, algo así como sombras de sombras, arte en fin, materia esta que Platón incluía en el cuarto nivel del conocimiento, el de la conjetura.

Lejos del duro realismo de Courbet, y dos siglos y medio antes, fascinado por la geometría tanto como por la magia, Kepler, en una cuantas jornadas, vio esto: en la órbita de Saturno puede inscribirse un cubo; en ese cubo se puede colocar una esfera, Júpiter. El tetraedro puede inscribirse en Júpiter y, en él, la esfera de Marte. El dodecaedro cabe entre Marte y la Tierra; el icosaedro entre la Tierra y Venus, y, entre Venus y Mercurio, el octaedro. “En unos días –escribió-, todo quedó en su lugar. Vi que un sólido tras otro encajaba con tanta precisión entre las órbitas apropiadas que si un campesino preguntara con que gancho estaban prendidos los cielos para no caerse, sería fácil contestarle”. Estaba, desde el punto de vista científico, equivocado. Lo reconoció cuando, como Goethe, con duro realismo pero con más tino, se puso a comprobar. Y descubrió, para empezar, que la órbita de Marte no era circular, piedra que al ser quitada de su exacta visión geométrica la desmoronaba, pero piedra, al mismo tiempo, sobre la que construyó su fama estrictamente científica.

Cabeza dura como Goethe, destructor y constructor de sí mismo como Goethe, es Kepler el padre del arte realista moderno. Más cerca de Courbet de lo que parece. Tan cerca como éste de los impresionistas, a la vez hijos de Newton. Porque en Kepler había quedado flotando, tan al alcance de la mano que parece que puede ser tocada, la ley de la gravitación universal, un mundo fascinante y el ladrillo más irreductible, al mismo tiempo, de la física moderna.

Carlos Chimal hizo estudios de química, es novelista y divulgador científico y ha combinado los textos de ficción (Escaramuza, Cinco del águila) con la columna "Paisaje de la ciencia" en la revista Vuelta. En el diario La Jornada, el 10 de noviembre de 1996, escribió: “ Peor que en las series amarillo lavabo de Crime o The Truest Story, el escritor científico tiene que entrar en una cavidad a 300 metros bajo la tierra, donde hay campos magnéticos ante los que un Terminator temblaría de emoción, o a laboratorios donde se manejan sustancias radiactivas cuya vida media no baja de semanas, incluso años, y se analizan y recrean formas vitales de virulencia insospechada o se producen materiales realmente tóxicos. Para desencanto de los paranoicos agentes rastreadores de los archivos X, lo que el escritor científico se lleva de ahí no es un heraldo de muerte sino la idea clara, como en la literatura, de que los bárbaros no vienen para acallar nuestra lengua sino para multiplicarla.”

Además de esa convicción, Chimal tiene esta otra: “Si Afrodita representa la belleza ideal, el accidente que es la historia ha determinado la eterna imperfección de su figura escrita en la piedra de Milo. Sus brazos perdidos son la poesía y la ciencia, no las que ya son sino las que habrán de ser. No el verso que ha sido escrito, sino el que aún flota en la mente del trovador o del improvvisatore; no la pregunta resuelta sino la voluntad en el tiempo. No la técnica lista para ser ejecutada por los aprendices de brujo o los agentes brutales del factum, sino el sentido de la historia.”

Ya estamos cerca. Estamos en México y en los finales del siglo XX. La tarea que Goethe había iniciado, paralela a la poesía pero en función de ella, comienza a buscar un cierre. El espíritu sopla en todas partes. Y en la Argentina, en los 90, se intentó un debate que no floreció mayormente entre el espíritu de lo indecible -por lo tanto vacuo- y el de la realidad objetiva, con o sin connotaciones sociales

 Lo cierto es que la poesía construye su prestigio en ediciones secretas y un perfil obsesivamente “bajo”. Eso es así porque trabaja en laboratorios altamente radiactivos, como los que menciona Chimal. Hoy se trata de se trata de obras que quizá deliberadamente se construyen en contra del aforismo, ese tic, o peor quizá, esa deformación estructural de la poesía desde el neoclasicismo del XIX en adelante. Y el “objetivismo” es poco menos que aforístico. Este tic suele confundirse con la sabiduría.

Según el dicho zen, después de la primera revelación las montañas dejan de ser montañas y los ríos dejan de ser ríos. Después de la segunda revelación, las montañas vuelven a ser montañas y los ríos vuelven a ser ríos. El de la primera revelación fue el camino de la vanguardia que desembocó en el pantano del objetivismo. El de la segunda parece ser el destino señalado por los brazos ausentes de Afrodita. Lo cual prueba una vez más que la historia no se repite.

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Nota bene:

El título de este artículo incluye la frase con que -en general- se abrían los capítulos de la serie televisiva Los expedientes secretos X (1993-2018). Sobre el cuestionamiento de Goethe a Newton, la principal información se tomó de un artículo de F. Fernández Buey en “El club de los caminantes”, un sitio de Internet. Fernández Buey es autor de La ilusión del método. Ideas para un racionalismo bien temperado, Crítica, Barcelona, 1991. El trabajo completo Esbozo de una teoría de los colores, de J.W.Goethe, puede leerse, junto con otros trabajos científicos, en sus Obras Completas, Aguilar,  1974. De Kepler habla F.F. Buey y también Arthur Koestler en Kepler, Salvat, 1986. Sobre Courbet, Flaubert y Baudelaire fue consultada la Enciclopedia Microsoft Encarta 2000 y la Historia social de la literatura y el arte, de Arnold Hauser, Guadarrama, 1969. Las citas de Chimal pertenecen a la edición electrónica de La Jornada, de México. Cierta idea taoísta aludida indirectamente aquí puede rastrearse en El camino de Chuang Tzu, traducción e introducción de Thomas Merton, Debate, 1999. El dicho zen citado al final de este artículo es de la tradición oral de esa escuela y se lo menciona en los monasterios.
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Imagen: La famosa Venus de Milo en el museo del Louvre, de París. La estatua fue tallada en mármol, alrededor de 150 años antes de la era cristiana. Se la encontró sin brazos en la isla griega de Melos en 1820. Su autor fuer Alexandros, tallador de Antioquía. Britannica.

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