El esquive de la atemporalidad


 La contemporaneità temporale del trasumanar non è l' organizzar? 
Pier Paolo Pasolini

*

Toda época, y toda épica, debe tener un Zdanov. No lo necesitó el momento revolucionario, inevitablemente a-histórico, de la ex URSS. Lo necesitó la construcción ideológica que lo sucedió. Y aun después -expandida en el mundo de la izquierda la crítica política y cultural al Kremlin- continuó propagándose su delicada baba. En 1971 Pier Paolo Pasolini escribía: "Sartre, en lugar de Zdanov" *. La regimentación del arte formó parte de la artritis del marxismo soviético hasta la caída de Berlín Oriental. La "tendencia materialista", que acaba de fundarse en la crítica Argentina, padece ese mal, con muy escasa -a veces pasmosamente escasa- relaboración de lo restos discursivos de la Sociedad de Escritores Soviéticos.

La tendencia materialista, de Violeta Kesselman, Ana Mazzoni y Damián Selci (Paradiso Ediciones, Buenos Aires, 2012), es, antes que una "antología crítica de la poesía de los 90" (en la Argentina), un pequeño manifiesto de lectura, que se basa en la obra de siete poetas, agrupados en tres núcleos de "percepción": la percepción cultural, la percepción política, la percepción histórico-económica. Percepciones que se reúnen, y a veces se superponen, en la "tendencia" perceptiva que da cuenta de la "época reciente". Y no solo como un discurso más: según el prólogo de esta obra, “algunas de las mejores ideas de esos años están escritas en verso". Zdanov, por cierto, no hubiera llegado a tanto. La Academia de Ciencias de la URSS -si no directamente el CC del PCUS-, lo habría lapidado. Sartre quizá se hubiese atrevido, remplazando "verso" por "obras de literatura".

No se trata de que no sólo siete sino tal vez veinte poetas podrían habitar los núcleos de percepción enunciados en el libro. No se trata de los que "no están". Ni se trata de que el principal fogonero de un estilo materialista de orden realístico en los 90, y uno de los mejores poetas de la época, como Daniel García Helder, esté excluido de la selección. Más bien se trata de cómo se presentan los elegidos. Se trata de que éstos ejemplifican que la poesía no es otra cosa que una lectura de la época, tanto más apreciable cuanto más lúcida al respecto.

Arrinconado Ernesto Sabato cierta vez por una pregunta acerca de la literatura como mera portadora de ideas filosóficas, políticas y sociales, la defendió diciendo: "¡Pero y qué queda de una obra literaria si usted saca de ella toda idea filosófica, política o social! Haga la prueba de quitar esas ideas de cualquier obra, una por una, y no le quedará nada". Es rigurosamente cierto, como hubiese dicho el editor y poeta José Luis Mangieri, pero una pequeña objeción cabría interponer: haga lo inverso y no necesariamente logrará una obra literaria. El problema en el que se embarcó en el siglo Veinte la crítica marxista, incluso la de algunos Partidos Comunistas,  para distinguir  lo específicamente estético en el texto literario, lo tenemos resuelto -de nuevo al modo zdanoviano- en una breve introducción a una limitada muestra de poesía, en el siglo Veintiuno. Esto es, mediante el recurso zdanoviano: lo que no va en el sentido de la historia, sencillamente no cuenta. O dicho de otro modo, la poesía no es otra cosa que una bien formulada crítica de la historia. Hay que reconocerlo: esto ya es algo menos, y algo más, que mero realismo socialista. De todos modos, "eludir la atemporalidad", como señala el prólogo, no es otra cosa que una reformulación reduccionista de la propia doctrina realista de cuño marxista, ya que ninguno como Marx hubiese aspirado a precisamente la "atemporalidad" hegeliana de la idea consumada, es decir, la revolución, ese especie de punto de densidad infinita en el que caducan todas las leyes de la física; en nuestro caso, de la historia.

Marx hubiese visto en Zdanov cómo la sustitución de lo hegelianamente productivo por la "realidad" había devenido nuevamente ideología. Simplemente porque a un proceso, el realismo, se la había agregado un adjetivo: socialista, en pendant con ese materialismo al que Engels le había adosado a su vez un calificativo movilizador: dialéctico. Habrá que reconocer también que los antólogos admiten que la percepción política de los 90 choca con la realidad y se produce un "encuentro frustrado entre una percepción política y un objeto renuente a la transformación positiva". Ese objeto renuente al cambio “positivo” es, o parece ser, la sociedad inficionada de neo-liberalismo y de ideas relativas al fin de los "grandes relatos" en los 90. Pero vale la intención. Pues sería “positiva” –y no quisiera recordar el “héroe positivo” del realismo socialista- cierta literatura que de ello deviene.

Más acabado se presenta para los autores el discurso del poeta civil que anima el núcleo socio-económico de la tendencia materialista. Allí los antólogos contemplan, cabalmente realizada, la función de la poesía, especialmente en una época adversa para el cambio social. Como si la crisis de 2001 en la Argentina hubiese sido la crisis del capitalismo global, y como si un fenómeno local representase a la sociedad entera del planeta, los autores de la antología creen percibir que no todo está perdido a partir de entonces, y encuentran en un poeta, en uno solo, Carlos Raimondi, la reorganización del discurso crítico, digamos, "positivo". En un solo punto del planeta, y en una sola obra, la totalidad cultural y las múltiples herencias recibidas por el pensamiento marxista tienen finalmente expresión. Pues "Poesía civil [el libro de Raimondi] vuelve convergentes el legado de la Ilustración (en la medida en que prima la voluntad de conocimiento de la realidad), el humanismo clásico (porque la cultura y la literatura son espacios donde se solidifican las contradicciones de una sociedad) y el materialismo histórico (en cuanto la economía política aparece como la clave de una comprensión estricta de los procesos sociales)".

Está claro que la obra de Raimondi, en el plano analógico de la poesía, remeda la estadística, la economía y el discurso histórico, y que es este su más alto logro. De alguna manera incluso es legítimo decir que Raimondi escribe en el vacío de la economía clásica, y que (sólo analógicamente, mediante la mímesis de ese discurso) abona el terreno de una crítica social y económica ausente, o silenciada, o camuflada, o travestida. En ese sentido, también, Raimondi es un poeta antiguo, un anacrónico consciente, un revolucionario (en tanto la revolución juega hoy en el campo de la restauración). Pero queda claro que Raimondi no escribe economía política, ni crítica social, y que su poesía civil, que civilmente convoca los fantasmas de los antiguos pensadores materialistas, hace su tarea en el terreno de la poesía, que es, precisamente, el terreno de la analogía, de la retórica que evoca la falta, cualquiera sea la dimensión que demos a esta palabra, tan connotada hacia la teoría lacaniana del inconsciente.

Raimondi, y cualquiera de los poetas de la "tendencia", como sus padres, tíos y abuelos, ejerce el estilo, que es la maldición de la crítica literaria sociológica, porque en él anida aquello que no es más que silencio y falta. Volvamos -vía Lacan, quien nos ha salido al encuentro- a Freud, cuya idea de "sublimación" ha sido puesta en cuestión a través de la crítica ejercida al menos por dos autores de esta antología. Incluso Raimondi sublima, en tanto la poesía renueva siempre el mecanismo sublimador que para el padre del psicoanálisis formaba parte de la economía del espíritu humano, y de ningún modo pertenecía a un mundo fenecido, romántico o espurio. Como la propia ideología que Marx creyó podría ser abolida junto con los mitos, entre ellos, uno que él mismo tradujo en términos propios: el del Juicio Final y el descenso de la nueva Jerusalén: la Revolución (es decir, el verdadero final, orgiástico, de la Historia, o al menos de la historia como la conocemos hasta hoy). Marx no pensó, claro, eludiendo la idea de "atemporalidad", sino todo lo contrario.  El momento “a-histórico” de la revolución reiniciaría la historia. Pero aquí se detiene Marx porque no es posible ver más allá de ese momento. Como no es posible ver más allá del Big Bang.

Que el recorte de este libro se opere sobre una cierta cantidad limitada de autores hace interesante menos  a los autores que al recorte en sí mismo como sintomático de época. Implica asimismo la visión de un corte donde no lo hay, pues los 90 fueron el fruto renovado de una tradición de los líricos argentinos, no sólo en su variante realístico objetivista, sino en otras, no mencionadas en el ensayo disperso en estas páginas:  un neo-lirismo escasamente tenido en cuenta, en general (y no sólo en esta antología) y la persistencia de una variante tradicionalista,  por ejemplo, que fueron y son tensores interesantes hasta hoy y que dicen en sí mismos algo más rico sobre los años recientes que la sola conciencia del medio en el que se escribe. La representación de la “percepción cultural” es la más pobre, en el contexto de esta antología (la menos representada), dado que la característica común a los 90 ha sido la de ofrecer una nueva visión de la cultura, en directa relación con la definitiva incorporación de lo “bajo” en lo “alto”, con una radicalidad que es casi fundante de un nuevo dialecto. Con el tiempo, quizá de una nueva vulgari eloquentia. Las posibilidades imaginativas abiertas por una cantidad variable de poetas no incluidos en la selección de obras, y sin embargo mencionados en el ensayo, no fueron tenidas en cuenta. Y tal vez la relación realidad-imaginación, ficción-poesía que trabajaron esos poetas (más todos los incluidos en la muestra, aunque de distinto modo) ha sido uno de los aspectos más interesantes de los realísticos pero imaginativos 90.


* Andrei Alexandrovich Zdanov (1896-1948), organizador de la Kominform y de la "línea" ideológica del arte soviético.

Foto: Andrei Zdanov. s/d

Publicado en Poesía Argentina N° 1 - enero 2013

Comentarios

  1. Entiendo que Ud. podrá disculpar una pregunta relacionada con un aspecto parcial de su texto. Le aclaro que no he leído el libro comentado. Comprendo o creo comprender el uso de las comillas para "a-histórico" en el penúltimo párrafo, pero me hace ruido al principio que nos las use Ud. cuando dice "inevitablemente a-histórico". Lo que estoy pensando es que la revolución aunque reinicie otra etapa, està dentro de la temporalidad. Bueno, quizás Ud. complete o aclare esta duda que obviamente está muy imbricada a mis incompletas lecturas. Saludos.

    ResponderEliminar
  2. Creo que la idea de a-histórico está formulada precisamente en el penúltimo párrafo, cuando pongo la palabra entre comillas porque pertenece al acervo marxista, por la negativa. Justamente, el marxismo no cree en momentos a-históricos, sino que concibe la historia como un continuo. En cambio, en el primer párrafo escribo a-histórico como término aceptado por mí mismo en el papel de escribiente o comentarista. La explicación de qué es para mí lo a-histórico la encuentra pues en el penúltimo párrafo: es el momento en que se consuma el cambio de una sociedad dividida en clases y otra sin clases, como las pensaba Marx. En ese instante no podemos saber cómo continuará la historia, y estamos en suspenso, sin futuro, solo con u pasado que excepto en lo cultural y tecnológico ya nada tiene que ver con lo que viene. nada en absoluto. Es un momento mítico, por tanto, que no "sucede" estrictamente. Eso es lo que infiero por mi lado, quizá torpemente, de la teoría marxista, a la que adhiero.
    Gracias por el comentario

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Si esta es la hora, no está por venir

Rembrandt, el oscuro

“Yo nací un día que Dios estuvo enfermo”: Cómo César Vallejo se volvió uno de los mayores poetas latinoamericanos