Las razones de Virgilio

Hay muchos episodios de amistad entrañable y de amistad trágica en toda la historia de la literatura –casi se diría que sin una amistad ningún relato es posible-, pero el más trágico, por ser el primero, es el de la amistad de Patroclo y Aquiles. Quebrada por la muerte, le permite a Homero echar a andar la máquina de la historia y, con ella, la de la literatura de occidente, sin más. 

Como se recordará, la Ilíada se propone cantar -es esto lo que el poeta pide a la musa en el primer verso- “la cólera del Pélida Aquiles”. Como se recordará también, la Ilíada comienza in media res: diez años hace que los griegos acosan las murallas de Troya. El poema concluye cuando Aquiles, no saciada del todo su venganza, pero conmovido por la figura del viejo Príamo, pues le recuerda a su padre, le devuelve el cadáver de Héctor. 

La historia es detonada por la cólera del héroe. La cólera de Aquiles tiene dos momentos. El primero, cuando está dispuesto a matar a Agamenón, su jefe, pues éste le ha arrebatado una esclava: uno de sus trofeos. En ese trance, sólo él ve los repentinos ojos de la diosa Palas y guarda la espada. Agraviado, retirado de la batalla, los griegos comienzan a ser exterminados, hasta que Patroclo toma el lugar del campeón, es muerto, y estalla de nuevo la cólera del divino. El Pélida no parará hasta matar en duelo a Héctor y arrastrarlo una y otra vez con su carro. 

Así pues, el poema es extrañamente moderno, por su comienzo súbito y su unidad de tiempo y espacio, y es tanto épico cuanto dramático, porque de comienzo a fin tiene el objetivo de contar la cólera de Aquiles. La amistad es una pasión así de profunda en la Ilíada. Y es la amistad perfecta que propondrá Cicerón ocho siglos más tarde en De amicitia: aquella en la que el uno se complace en el otro como en un espejo. Muchos –todos, diría- han visto que aquella amistad era de mutua admiración, pero que antes que nada era carnal. La índole del sentimiento de Patroclo es obvia, puesto que tanto se admira en el héroe que se cree capaz de investirse de él, con su armadura. Es también obvio el sentimiento de Aquiles. Probablemente sea esta la más pasional de las amistades en la literatura. Por ella, ha vomitado la guerra de Troya todas sus pasiones. 

Borges, quien creía que la amistad es una pasión argentina, es movido a encontrarla en la Divina Comedia. Resulta extraordinario que pase de lo general a lo particular sin producir una impresión vertiginosa: “Uno de los temas de la literatura, como uno de los temas de la realidad, es la amistad. Yo diría que la amistad es nuestra pasión argentina”, dice en el comienzo de la primera de sus siete conferencias en el teatro Coliseo, pronunciada en junio de 1977, publicada luego, con las otras seis, en Siete noches. Borges menciona los ejemplos de Martín Fierro y Cruz y el de “el viejo tropero y Fabio Cáceres” en Don Segundo Sombra para detenerse en la relación de Dante y Virgilio. A tal punto se apoya en un ilusionismo, según el cual la amistad es una pasión nacional, algo que su audiencia aceptó, seguramente, como nosotros lo aceptamos ahora, que puede ir al Quijote, pasar por nuestros héroes gauchos, y retroceder de nuevo, incluso más atrás, para poner frente a nuestros ojos al florentino y al mantuano. De este modo, nuestra supuesta pasión nacional se remonta al comienzo de la literatura moderna, y ésta aparece bañada de una luz puramente argentina. 

El caso es que Borges describe a continuación un tipo de amistad no ciceroniana, pues dice: En el caso de Dante, el procedimiento es más delicado. No es exactamente un contraste, aunque tenemos la actitud filial: Dante viene a ser un hijo de Virgilio y al mismo tiempo es superior a Virgilio porque se cree salvado. Cree que merecerá la gracia o que la ha merecido, ya que le ha sido dada la visión. En cambio, desde el comienzo del Infierno sabe que Virgilio es un alma perdida, un réprobo; cuando Virgilio le dice que no podrá acompañarlo más allá del Purgatorio, siente que el latino será para siempre un habitante del terrible “nobile castello” donde están las grandes sombras de los grandes muertos de la Antigüedad, los que por ignorancia invencible no alcanzaron la palabra de Cristo. En ese mismo momento, Dante dice: “Tu, duca; tu, signore; tu, maestro”... Para cubrir ese momento, Dante lo saluda con palabras magníficas…

“No es exactamente de contraste”. Yo diría que sí, y que es también de intereses, y de intereses divergentes. Recapitulemos un poco: Dante encuentra a Virgilio en el primer canto del “Infierno”. En el segundo, comienza a sentirse indigno de recorrer con su maestro el camino que éste le propone: “Ma io perché venirvi? o chi 'l concede? / Io non Enea, io non Paulo sono”, pronuncia Dante (¿Pero yo por qué iría? ¿Quién lo concede? / No soy Eneas, ni Pablo soy). Virgilio ha de explicarle que ha sido Beatriz, por intercesión de Santa Lucía, por mandato de la Virgen misma, quien le ha pedido que lo lleve por esa senda oscura hasta el Paraíso. Esto termina con las dudas de Dante, y luego de la confesión “Tu m'hai con disiderio il cor disposto” (Tú me has con deseo el corazón dispuesto) manifiesta aquellas palabras que cita Borges: “Vamos que es uno el querer nuestro, / tú duca, tú señor y tú maestro”. De modo que no es que ensalza a Virgilio para cubrir aquel momento en que lo sabe condenado. Esto lo ha sabido en el canto anterior. Lo elogia, midiendo el deseo de ambos con el mismo rasero, pues lo entusiasma y apasiona el deseo de Beatriz. Con todo, sabe Dante que Virgilio no está movido por la misma causa. 
La admiración y el sentimiento filial guiarán el camino, Dante será incluso insoportable en su búsqueda de protección del duca, se abrazará a su cuerpo una y otra vez, lo elogiará de continuo y habrá de recibir cuidado y enseñanza, pero no sabemos los motivos de Virgilio, que no sean otros que los de mitigar su tedio en el Limbo con una aventura de conocimiento en la que actuará de guía absoluto, de veneradísimo instructor, hasta aposentar a Dante en las puertas del Paraíso, donde él no puede entrar, y percibir algo de su gloria. 

En una película cuyo nombre no recuerdo, un personaje que se mantiene al margen de la sociedad, a la que desprecia, suele hablar con un espíritu, el espíritu del Sistema: lo llama “the Man”. Cuando se siente engañado, utilizado por un amor, the Man le dirige unas sabias palabras: ¿No es posible que entiendas que todos, incluyéndote, aman y a la vez usan a las personas? Así pues, el principio de De amicitia, según el cual en el amigo se goza uno como en un espejo, puede pervivir en la vida práctica sin que se cumpla el otro gran principio de la obra de Cicerón: la amistad ha de ser desinteresada. También de esta amistad hecha de ternuras, pasiones, espejos e intereses, están fraguadas otras amistades en la literatura. En algún sentido, Jim Hawkins y John Long Silver reproducen, en La isla del tesoro, de Robert L. Stevenson, la relación de Dante y Virgilio, mucho mejor que nuestros Cruz y Fierro, que son más bien avatares de Patroclo y Aquiles. El Largo Silver guiará a Hawkins por el camino ambiguo del bien y del mal, lo introducirá en el infierno de la moral, valiéndose de él tantas veces como le sean necesarias, incluso teniéndolo como prisionero. Sin otras herramientas que la acción, con esa discreción magnífica de los hechos, Stevenson deja ver que el afecto del viejo pirata por el chico es, con todo, verdadero. De las razones de Virgilio sabemos mucho menos que de las razones de Silver. 

Jorge Aulicino 
 Revista Mal Estar, diciembre 2010

Comentarios

  1. Sin embargo, Raúl Gustavo Aguirre dice: "Yo no te uso; yo te amo". Por otra parte, , creo, una amistad espejo es narcisismo puro; no se suma ni se resta.
    Y, como siempre, la culpa es de Beatrice, o sea, "that's why the lady is a tramp", Sinatra dixit. Bienvenido sea este blog, Irene

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    1. Nunca respondí a este comentario, Irene, no sé por qué. Pero el narcisismo es, desde luego, un componente central de la pasión llamada amistad. Admiración, ¿qué es, si no? Lo de Raúl Gustavo es la absolutización de un componente ciceroniano. No, no creo que se pueda afirmar "te quiero, no te uso" a menos que uno sea un terrible narcisista. Romanticismo puro. En cuanto a Beatrice, ¿la culpa de qué? No hay ningún echarle la culpa de nada aquí ni en la Comedia. Tu feminismo te lleva a un pequeño error.

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