Tuñón, la nostalgia del futuro

 


por Jorge Aulicino

 

[Prólogo para la edición de Del Dock de La calle del agujero en la media]

 

Raúl González Tuñón (Buenos Aires, 1905-1974) puede considerarse el padre de todas las vanguardias en la Argentina, y su libro de 1930, La calle del agujero en la media, la piedra angular tanto de su poesía como de gran parte de la que se escribió después.

Piedra angular equivale a primera piedra, pero también a cimiento, sostén, modelo o matriz. La calle del agujero en la media es todo eso: estilo narrativo, fragmentarismo, coloquialismo, para decir el placer del cambio de suerte, del vivir al día, del equipaje ligero. Cosmopolitismo y política. Se dijo que este es su libro sobre París, sobre aquellos porteños que ya viajaban a la capital de Francia sin vaca en el barco, pero es más bien el libro sobre una experiencia del mundo, sobre el goce de ver lo que cambia junto a lo que perdura tras la ventanas y en los montepíos. Un libro celebratorio del siglo y de la pobreza, que es riqueza y fortuna en la corriente de los hechos, cuando “todo lo que era sólido -diría Marx- se desvanece”.

Tuñón se apoyó más de lo que parece en las vanguardias que florecían, pero no precisamente en la vanguardia surrealista, sino más bien en el postsimbolismo de Valery Larbaud, exquisito cultor del viaje, del que Tuñón se declaró deudor. Larbaud, poeta, novelista, ensayista, hombre de fortuna -dilapidada en tours por Europa en vagones de primera clase-, lector y traductor de literatura inglesa e hispanoamericana, amaba como Tuñón el vértigo del mundo, y fue cantor y autor de este sentimiento de la modernidad. El segundo o primer maestro declarado de Tuñón fue Héctor Pedro Blomberg, poeta de barcos, puertos y mujeres venidas del otro lado del mar, más conocido entre nosotros por su canción La pulpera de Santa Lucía. El que está quizá más atrás, en la genealogía de Tuñón, pero como padre de él y de muchos, fue Charles Baudelaire, de quien Tuñón tenía un retrato en su modesta biblioteca, que señalaba diciendo: "El padre de la poesía moderna". Hay una cuarta sombra en este libro de Tuñón que quizá él mismo desconocía: la de Ardengo Soffici, el poeta y pintor futurista italiano que escribió el extraordinario poema "Arcoíris", publicado por primera vez en 1915. Este es solo un fragmento que podría servir de acápite a parte de la obra de Tuñón:

Has cabalgado la vida como las sirenas niqueladas de las calesitas

     de feria

Dando vueltas

De una ciudad a otra de filosofía a delirio

De amor a pasión de majestad a miseria

No hay iglesia cine redacción o taberna que no conozcas

Dormiste en el lecho de cada familia

Habría que hacer un carnaval

De todos los dolores

Olvidados con el paraguas en los cafés de Europa

Partir en medio del humo con los pañuelos en los coches cama directos

     al norte al sur

Países horas

Hay voces que acompañan a todas partes como la luna y los perros

Y el silbido de una chimenea

Que mezcla los colores de la mañana

Y de los sueños

BÏF§ZF+18 Simultaneità e Chimismi lirici, segunda edición, Vallecchi Editore, Florencia, 1919 

Pero Tuñón no era futurista aunque sintiera como propia la velocidad a la que cantaban los futuristas, y lo era, en tanto él, como los futuristas italianos y sus hermanos antagónicos soviéticos, amaba el fragor de las construcciones, el movimiento, la imagen cambiante del mundo y las imágenes cambiantes pero enhebradas como cuentas de los nuevos poemas. 

Tuñón fue un entusiasta del cambio pero no dejaba de sentir que en cada fragmento de su caleidoscópica vida actual había un sabor de nostalgia que él llamó saudade. Esta palabra seguramente le parecía más liviana que nostalgia. Y además tenía el doble sabor de la añoranza por el pasado y por lo que aún no había sucedido. Una nostalgia de futuro, por decirlo de algún modo. Del futuro que también sería triturado por los engranajes de la aurora sobre nuevas ciudades, sobre la pobreza, las casas ruinosas entrañables, el taller de la costurera, el arroyo urbano, las ventanas altas y la guerra (El ciego está cantando. Te digo, amo la guerra). La carga de la tristeza -fue él el autor de la famosa frase "Triste y cordial como un legítimo argentino"- debía ser sepultada para dar lugar a la extrema vitalidad de un mundo nuevo, injusto y violento, pero con todas las probabilidades abiertas: 

Nosotros tenemos además estaciones abandonadas, pozos de petróleo

y escuelas rurales, como en los cuentos de Bret Harte. 


Pero lo que no tenemos es la alegría verdaderamente constante,

la risa verdaderamente pura,

el corazón verdaderamente libre.

 

Y no se hable de mi corazón.

Yo quisiera

anunciar la función de los circos

dando puñetazos a las estrellas rojas.

 (La calle del agujero en la media, 1930)

 El de Tuñón era un canto a la libertad, al cambio y a las luchas del siglo XX, del que partieron otros cantos en el país. Una licuadora de la emoción, como la de un parque de atracciones. El canto de aquel primer Tuñón fue parte de la poesía aún confiada y vital de dos generaciones de vanguardistas en Europa y América. No puede negarse que sigue teniendo un notable efecto químico y creador para lectores poetas y poetas lectores. Es una aurora a la que no se puede renunciar por algún secreto motivo religioso, esencial, y que está detrás de las palabras que todavía escribimos y publicamos, como una sorda esperanza.

 Sobre esa piedra -este libro-, levantó Tuñón una poesía que él mismo antologó y comentó más de una vez y que siguió publicando hasta el fin de su vida en editoriales pequeñas, como Ediciones del Alto Sol, de Rubén Derlis, que editó su penúltimo libro, El rumbo de las islas perdidas, en 1969. Ese mismo año, con solapa-prólogo de Lubrano Zas y el sello Buenos Aires Leyendo, apareció La veleta y la antena. Solo unos días después de su muerte, en 1974, por primera vez una editorial grande, Losada, publicó un libro de Tuñón, la Antología poética que había preparado él mismo. Tres años más tarde, en 1977, Losada editó los poemas póstumos de El banco en la plaza. En los años 90, y con su nueva editorial Libros de Tierra Firme, José Luis Mangieri reeditó Versos para el atril de un pianola, de 1965, y El rumbo de las islas perdidas. En 2006 Mangieri volvió a publicar Demanda contra el olvido (1963), con el mismo sello de aquella legendaria editorial a la que había bautizado con el título de otro libro de Tuñón, de 1933, dedicado a una huelga minera en Asturias: La rosa blindada.

 Más de un vez se describió a Tuñón como un santo laico. Creo yo que era un panteísta, cuerpo y espíritu que parecían flotar en otra época, más amada, más amante.

 Esta reedición es tanto un homenaje como una relectura que se ofrece al presente.

 Buenos Aires, 2020

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Fotos: Arriba, Raúl González Tuñón en Chile, c.1938; abajo, tapa de la primera edición de La calle del agujero en la media, Gleizer, Buenos Aires, 1930




 

 

 

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