700 años sin Dante Alighieri: de cómo la corrupción lo inspiró para escribir su obra maestra

Jorge Aulicino

La “Divina comedia” está relacionada directamente con hechos afectivos y políticos en la vida del poeta italiano.



Decir que Dante Alighieri vivió en una época difícil, es decir poco y nada. Casi todas las épocas han sido difíciles. Las particularidades de su época son las que a veces tenemos en cuenta para comprender si no en su totalidad su obra principal, la Divina Comedia, al menos su caldo de cultivo.

Hace 700 años las cosas no eran muy distintas, esencialmente, a lo que son hoy. Esto no por la eterna repetición de los ciclos o de la inmutable condición humana sino porque la altísima corrupción de la Iglesia de entonces es equiparable a la alta corrupción del poder político actual, al punto de que Dante dudara, como nosotros dudamos, de que las instituciones se salvasen de aquel espantoso drenaje de su misión y de su autoridad.

En el caso de Dante, casi diríamos que esa duda, ese temor a la disolución de la institución fundada por Cristo, es el origen de su libro, hoy un mito, es decir una verdad –una narración– que no envejece.

Dante Alighieri nació en 1265 en una familia con algún antecedente nobiliario, y de mediana riqueza. Su padre era, precisamente, un mediano prestamista en una ciudad que fue cuna de los más grandes banqueros de la baja Edad Media y del Renacimiento.

¿Un gremio de poetas?
Dante dice en la Vita Nuova (1293) que se enamoró de una vecina, Beatriz Portinari, a los nueve años. Ella tenía dos o tres meses menos. De entrada divinizó aquel amor: fijó su comienzo a edad tan temprana que parecía un destino. Pero sobre todo divinizó a Beatriz, a la que convirtió en portadora de sabiduría y fe, al punto de que el resplandor de su rostro, y sobre todo el de sus ojos, irá siempre acompañado de irresistible seducción y de sapiencia en el tercer tomo de su libro, "Paraíso".

Política, amor y filosofía están muy unidos a la vida de Dante y especialmente al nacimiento de la Comedia, así llamada por él en primera instancia en atención a las categorías establecidas por el aristotelismo.

Giovanni Boccaccio, admirador de Dante, la llamó divina, quizá no tanto porque tuviera carácter de libro sagrado sino porque trataba de temas religiosos.

El libro está relacionado directamente con hechos afectivos y políticos en la vida de Alighieri. A la muerte de Beatriz, con la que nunca tuvo ninguna relación, se sumerge en un período de estudios profundos en conventos franciscanos y dominicos. A ese período de ostracismo y lecturas de los escritores clásicos latinos, más alguno griego traducido, y de los teólogos, en especial Tomás de Aquino, sigue una etapa de acción y también de alguna disipación o caos afectivo, según le reprocha Beatriz en el Purgatorio.

Dante participa de la vida política, dividida entre los que defienden el poder de Roma contra la reivindicación del Imperio laico por parte de los príncipes alemanes. Eran llamados los primeros, es decir, los papistas, “güelfos”, y los defensores del imperio, “gibelinos”.

Pero cuando Dante asume cargos en la república florentina, la ciudad la dominaban los güelfos, solo que los más conciliadores entre ellos, llamados blancos.

La condición de república de Florencia no era poca cosa. Permite afirmarnos en aquello de que la época era justamente difícil. La nobleza tenía prohibido ejercer los cargos oficiales y la república era gobernada por los gremios de artesanos. Como no había un gremio de poetas, Dante fue incluido en el de los “especieros” (boticarios) y para tal fin se agregó a la denominación del gremio “y de poetas”.

Impedir los combates callejeros frecuentes entre “blancos” y “negros” fue tarea de los priores de la ciudad, y a raíz de esto Dante se vio envuelto en una decisión complicada: debió aprobar el destierro de varios “blancos” y varios “negros” como castigo por una de sus escaramuzas.

Entre los “negros”, estaba su entrañable amigo Guido Cavalcanti, uno de los más talentosos y herméticos poetas florentinos de la época, a cuyo padre encontrará Dante en el infierno.

Pero, aunque fueran “blancos” los güelfos, el papa Bonifacio VIII tenía a Florencia parada sobre un callo, de modo que en 1301 permitió que fuera invadida por güelfos “negros” apoyados por el francés Carlos de Valois.

Dante estaba justamente en Roma en misión diplomática ante el Papa, que no lo recibió nunca. Peor: desde allí no pudo volver jamás a su ciudad. Fue desterrado junto con muchos otros güelfos “blancos”.

La Comedia, una autobiografía
Este es el portal de la Comedia, seguramente. La famosa “selva oscura” del segundo verso de “Infierno” no puede ser otra que ese período de luchas civiles y seguramente de vacío afectivo que Dante vivió desde mediados de los noventa del 1200 hasta su destierro en 1301.

No por nada tres figuras le impiden volver a la plenitud de la vida: una pantera que representa a la mismísima Florencia en poder de los “negros”, salvajes y demoníacos para Dante; un león que alegoriza a Francia y específicamente al francés de Valois, y una loba, Roma.

Mediante una referencia que introduce en el discurso de un diablo en el canto XXI de "Infierno", Dante hace saber que su salida de la “selva oscura” y su descenso al infierno, guiado por el poeta latino Virgilio, se produce en 1300, un año antes de su destierro.

Parecerá que no, pero estamos ante una obra autobiográfica. La primera autobiografía que sigue al protagonista por un viaje que no puede menos que ser imaginario… Cosa que sabemos como lectores, pero que para Dante es simplemente una crónica.

Es la detallada explotación imaginativa de una derrota política –o la precisión del relato de una real experiencia de ultratumba, si creemos en ella– lo que hace a la vigencia de la Comedia. Lo que permite que (salvados los inconvenientes de datos que podemos consultar y de giros que al cabo podemos comprender, y sobre todo el hecho, poco común en la actualidad, de una narración en versos) disfrutemos de una revelación, una visión que nunca nadie había tenido, y en la que cabe el mundo entero de aquella época y de la nuestra, llenos ambos de los mismos seres mezquinos, miserables y falsos, empezando por los de mayor poder, pero incluyendo el lumpen y la picaresca de las cloacas.

Y que podamos ver cómo por sobre este torbellino de torturados por sus propias ambiciones rige un mundo religioso, que el no creyente podría llamar moral. A este se sube purificándose, abandonando lentamente en cada paso en el monte Purgatorio el fardo de nuestra miseria.

Este libro, estos mundos, fueron escritos en el idioma vulgar que entonces hablaban los poetas. No en el latín oficial. De manera que la intención política es por lo menos tan potente en él como la espiritual: el propósito fue que lo leyera la mayor cantidad de gente, o que le fuera leído –ya que la mayoría era analfabeta–, como lo hizo el propio Boccaccio en lecturas públicas en Florencia en 1375.

El punto de vista de Dante es, por lo demás, lo que hoy llamaríamos moderno. No hace en este sentido concesiones al lector culto de entonces, acostumbrado a un desfile más o menos ordenado de los hechos. Las situaciones en el infierno suelen interrumpirse, los relatos se entremezclan, los diálogos se superponen.

La posición de espectador y cronista de Dante no puede ser más clara: las almas se le acercan en tumulto para que lleve noticias de ellas al volver al mundo, para que aclare sus entuertos o preserve sus nombres. En el Paraíso, Beatriz le encomienda expresamente anotar en la mente lo que vea.

Más que un Papa puesto de cabeza en el infierno, son políticas las constantes diatribas en la Comedia, desde las del propio Dante hasta la del mismísimo San Pedro, contra el clero corrupto y totalmente despreocupado de su tarea doctrinal y espiritual.

Dante temía que la Iglesia realmente colapsara bajo sus propios pecados. Pero para que se comprendiese la naturaleza misma de la misión eclesiástica, comenzó por dibujar en el infierno nuestro propio mundo. A cada rato lo recuerda, en sus paisajes, en su vida campesina y urbana, quizá para que se tiña de la penumbra del Orco antes de que todo entero caiga bajo el dominio del diablo.

Cuando murió, el 14 de septiembre de 1321, hace 700 años, poco después de terminar el libro del Paraíso, tal vez creyese que la redención era posible, que quedaba esperanza. Y porque su libro no era una tragedia lo tituló simplemente así: Comedia. La comedia del otro mundo, pero también de este.

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Imagen: La mascarilla mortuoria de Dante Alighieri, Palazzo Vecchio, Florencia. Vincenzo Pinto/AFP

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