Upton Sinclair, la moral calvinista y la utopia socialista



(Para una genealogía de la izquierda estadounidense).

Un tono sepia, un virado al amarillo, al estilo del filme Barrio Chino, de Roman Polansky, sería el adecuado para el retrato de Upton Sinclair (1878-1968), escritor y político socialdemócrata, autor de La jungla y ¡Petróleo! entre unas 80 obras de prosa. 

El mismo tono parece ajustarse al ambiente de la California de entre la Primera Guerra y la Gran Depresión que evoca ¡Petróleo!, la que hoy fue desempolvada y llevada al cine por Paul Anderson [There Will Be Blood, estrenada en la Argentina como Petróleo sangriento, 2007]. Es el escenario de Barrio Chino, sólo que en esa película de Polansky el leit motiv no es el petróleo espeso, sino el agua cristalina. 

Sinclair narra en verdad otra etapa del capitalismo, y en todo caso, en ambas películas y en la propia evocación de Sinclair, este sepia amarillento no sería nostálgico, correspondería a una era industrial casi primitiva, como las fotos de esa misma época no menos despiadada y compleja que la actual. 

Igualmente sepia, o de baja resolución, era el color de la industria de Hollywood, a la que no hicieron ascos muchos autores cuyos nombres configuran una etapa decisiva de la cultura de los Estados Unidos. Por otra parte, si Sinclair escribió sobre la industria -su tema más popular-, lo hizo también apelando a métodos industriales: fue un best seller de prosa fácil, pero no por eso menos incisiva; vendió cientos de miles de ejemplares y ganó lectores en los idiomas más diversos, principalmente en ruso, después del inglés.

Sinclair no pudo evadirse de dos premisas genéticas de su pueblo: el amor por el héroe y por el pionero y la convicción de que la reforma del sistema debe ser constante, para contrabalancear los abusos del individualismo y del heroísmo, y sobre todo la detestable corrupción, palabra que, sobre el fondo protestante de la formación estadounidense, tiene resonancias bíblicas. En Sinclair, esa moral calvinista tomó el nombre de socialismo y tuvo más reminiscencias de Thoreau, el predicador de la desobediencia civil, que de Marx.  

Entre la Primera Guerra y el macartismo, la cultura de los Estados Unidos estuvo inficionada de aquél tipo de ideas. Joseph McCarthy, también calvinista a su modo, tenía razón en cierto sentido: Hollywood y las editoriales eran cuevas de “comunistas”, si por comunismo se entienden todas las formas ideológicas que tienen en común el cambio social. Algunos eran reformistas y otros eran realmente afiliados al Partido Comunista o simpatizaban con él. O al menos con quienes lo integraban o acompañaban.

McCarthy, puritano reaccionario, llevó a cabo una purga estalinista, y, una vez vencido, se hizo patente la sombra que lo acompañaba como a casi todo estadounidense forjado en el puritanismo: el alcohol. También eran bebedores los “comunistas” pues aquella sociedad había logrado que convivieran, en las mejores y en las peores mentes, los principios de la Biblia y la botella (las dos formas del "opio de los pueblos"), ya fuesen cristianos o socialistas.

El 24 de octubre de 1929, el pánico provocó una venta masiva de acciones que derrumbó la Bolsa de Nueva York. La caída no pudo detenerse. Miles de industrias cerraron, la desocupación llegó en un par de años a la cuarta parte de la población laboral. En 1933, el demócrata Franklin D. Roosevelt asumió la presidencia y puso en práctica “el Nuevo Reparto” (New Deal), una política de fuerte intervencionismo estatal. ¡Petróleo! fue publicada apenas dos años antes del “jueves negro” de la Bolsa, y refiere a una realidad imperante hasta el ‘29. La nación pasó de la épica al drama en un año. Chicago y Nueva York quedaron dominados por la Mafia, cuyo desarrollo tuvo que ver principalmente con la ley de abstinencia alcohólica impuesta en los años 20, la década dorada, los años locos. El jueves negro pronto convirtió en realidad omnímoda la cara oscura del país que Sinclair había querido develar tras la bella época. La frase de Sinclair sobre sus novelas sociales es significativa en este sentido: “Yo apunté al corazón del público y por accidente le di en el estómago”.

La Depresión jugó a favor de los reformistas y de los comunistas. Aquello que denunciaban se hacía evidente. Una fuerte cultura socialista afirmó sus raíces en la industria cultural. Ejemplos:

Sinclair Lewis, nacido en 1885, había publicado en los años 20 Calle Mayor y Babbitt, relatos descarnados sobre el vulgar materialismo de la vida norteamericana. En 1935, con los ojos en Europa pero mirando de soslayo el país de la Depresión, publicó Esto no puede pasar aquí, una utopía negra sobre una revolución que coloca a Estados Unidos en la órbita fascista. 

Con Two Valleys, Howard Fast, miembro del Partido Comunista, inició a su vez una saga crítica de obras históricas, preferentemente situadas en la época de la independencia. En 1941, escribiría su obra cumbre, Espartaco, narración de un levantamiento de esclavos en el Imperio Romano, llevada al cine por Stanley Kubrick y protagonizada por Kirk Douglas, quien la imaginó y produjo y encomendó el guión a Dalton Trumbo, víctima del macartismo, cuando las cenizas de la “comisión” estaban aún calientes.

En 1933, John Steinbeck publica Las praderas del cielo, que inicia una serie de novelas sobre el país profundo. 

John Dos Passos en los 30 abarca con su trilogía USA la nación entera y el crecimiento del capitalismo. 

Clifford Odets, autor de Esperando al zurdo y creador del “teatro proletario” durante la Depresión formó asimismo el grupo de Nueva York con Elia Kazán (el director de Nido de ratas), Lee Strasberg, Harold Clurman y Stella Adler, inspirado en el modelo del Teatro del Arte de Moscú. Kazán denunciaría a su maestro ante la comisión McCarthy.

La “caza de brujas”  golpeó a fondo todo aquel movimiento. En las listas negras del macartismo figuraron Howard Fast, el genial autor de novelas negras Dashiell Hammett (ambos miembros reconocidos del Partido), Lilian Hellman, Charles Chaplin. El dedo de McCarthy señaló también a Kazán, a Arthur Miller, a Lauren Bacall, a Humphrey Bogart, a Adolphe Menjou, a John Ford y hasta a Walt Disney. Treinta mil libros fueron censurados. Una época cayó mientras el Plan Marshall sacaba a Europa de las ruinas de la guerra y el capitalismo se encaminaba con paso firme a su etapa de mayor brillo financiero.

© Jorge Aulicino
Clarin, 24 de enero de 2008

Upton Sinclair, 1900 Library of Congress of United States/Wikimedia Commons

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