Tuñón, un santo demoníaco
Ese poeta que iba y venía entre un mundo ancho y ajeno que se agotaba y renacía en cada puerto y el mundo de la lucha social, los héroes antiburgueses y los obreros armados —o dicho de otro modo, el de los aventureros y los ladrones y el de la revolución organizada—, mal pudo ser entendido por quienes esperaban de él que se decidiera por la revolución o por la lírica fantasmagórica de los circos, de los cafetines y los reservados. La aparente ambigüedad de su figura, que era sutileza no más, lo privó de los laureles del estalinismo vernáculo y le deparó mal disimuladas muestras de desprecio, en otros ambientes, por su poesía política.
Hay un problema. Las revoluciones no las hacen los ladrones, y menos los que imaginó Tuñón. Y tampoco los revolucionarios son los santos inocentes que él cantaba. Apostaba en cambio a que, sin saberlo, ellos fueran los únicos que pudieran dar sentido a la palabra capitalismo: elogió los torturados mostradores donde "obreros y ladrones hablan de cosas importantes".
Tuñón era puro en el bien y era puro en el mal, como hubiese dicho Albert Camus. No debió distinguir él mismo, como lo hizo, entre poemas "líricos" y poemas "civiles". Era el soñador que soñaba ambos. Estaba del lado de los ladrones imaginarios porque se mueven en otra planimetría. A la ciudad que teje las relaciones de clase tanto como los amores prefería verla privada de fronteras. Nocturna, por ejemplo, con las ventanas iluminadas que sólo miran "los ladrones y los hombres de frac"; o como una selva virgen ("nos afeitamos todos los días, todos los días entramos a la ciudad como a un túnel luminoso, seguros de encontrar la aventura"). Por lo demás, la vida "es de los millonarios, de los atletas, de los perfumistas, de los aviadores, de los contrabandistas, de los escribanos". Definitivamente, la vida no era de Tuñón, de su extraño personaje al que llamó Juancito Caminador (traducción de Johnny Walker, la marca del whisky cuya etiqueta lo había inspirado), quien quería deslizarse "con suavidad y desenvoltura de fumador de opio".
Así pues, si se deplora que el comunista escribiera poemas intimistas o de los bajos fondos, valdría la pena reparar en que su lirismo no excluía la violencia, incluso en la intimidad de las callejuelas de París (El ciego está cantando. Te digo: ¡amo la guerra!); y si se deplora su socialismo militante, observar que no dejaba de ser ese mismo lírico demoníaco cuando, en la revuelta, "la ametralladora bailarina lanza sus abanicos de metralla". Era el mismo Johnny Walker, sí, sin duda, el que escribía a los hermanos Genna (de parte de Al / una sonrisa te regalaban en cada tiro) y a Buenaventura Durruti, jefe anarquista durante la Guerra Civil española (Lo veo derramando plomo y oro /por las huelgas del mundo).
La fugacidad brillante de la vida lo hirió e incitó. Era la saudade de tiempos no ocurridos, tiempos del porvenir náufragos en el pasado, lo que inspiraba su poesía más visionaria que humana. Escribía de modo tan natural como su sonrisa luminosa y discreta. "Quisiera irme al Turkestán porque Turkestán es una bonita palabra". Como si no bastara la palabra bonita y hubiera que conocer para decir otra vez: "algo ha muerto".
Jorge Aulicino
Clarín, 20.3.2005
Foto: Tuñón en el café Tortoni, c. 1970
Hola
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