Las huellas de Pablo Neruda

Nada aquí [2003], en Isla Negra, huele a sombra. Todo parece rústico confort en este escenario ingenuo, barroco, churrigueresco, recopilado en mercados de pulgas, con los consabidos mascarones de proa y los mapas, las botellas de mil formas, las caracolas, la colección de gigantescos escarabajos, fascinantes bestias, mezcla de atroces mandíbulas con colores de amaneceres y ágatas. Objeto sobre objeto, ¿y el hombre dónde estuvo?, podría decirse, parafraseando el canto a las ruinas de Machu Picchu. Aquí, bajo estos mascarones de proa, recostó Pablo Neruda su gruesa anatomía: aquí, sobre las maderas entarugadas que pisamos, anduvieron sus zapatos cuando recorría las habitaciones con su andar flebítico. Aquí agonizó. En otra de sus casas, en Valparaíso, veremos mañana las manchas de tinta verde de su lapicera en la banqueta en que reposaban sus pies. El hombre estuvo, pero ¿qué es, Señor, esta gigantesca celebración de un ego a quien los objetos debían venerar como a un dios? Este abruma...