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Mostrando las entradas etiquetadas como sociedad

La poesía como servicio

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Degradada o engrandecida por el uso, la palabra servicio tal vez sirva -tal su misión- para definir qué tipo de prestación otorga la poesía, o para quién conspira, o qué cosas pone a nuestros pies. Fue "servicio" una palabra noble. Indicaba aquello que se hacía desinteresadamente, incluso cuando se estaba al servicio de alguien. Servir en un ejército, servir a un señor, tenían algo de grandeza. El poder del servicio era tal que los antiguos poetas no creían siquiera en que lo estuvieran prestando. Todo el mérito era de la musa. El poema fundacional de la poesía del llamado Occidente, La Ilíada, comienza con una invocación que algunos tomaron como mera fórmula: "Canta, ¡oh diosa!". En verdad, Homero, o quienes hayan primero dicho, luego escrito, aquellos versos, no eran ateos y la invocación era real, era creída, era de fe: se invocaba a la diosa para que cantase a través del poeta. Esta presencia de lo numinoso en el canto, advertida por el teólogo Rudolf Otto * e

Upton Sinclair, la moral calvinista y la utopia socialista

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(Para una genealogía de la izquierda estadounidense). Un tono sepia, un virado al amarillo, al estilo del filme Barrio Chino , de Roman Polansky, sería el adecuado para el retrato de Upton Sinclair (1878-1968), escritor y político socialdemócrata, autor de La jungla y ¡Petróleo! entre unas 80 obras de prosa.  El mismo tono parece ajustarse al ambiente de la California de entre la Primera Guerra y la Gran Depresión que evoca ¡Petróleo! , la que hoy fue desempolvada y llevada al cine por Paul Anderson [ There Will Be Blood, estrenada en la Argentina como Petróleo sangriento,  2007]. Es el escenario de Barrio Chino , sólo que en esa película de Polansky el leit motiv no es el petróleo espeso, sino el agua cristalina.  Sinclair narra en verdad otra etapa del capitalismo, y en todo caso, en ambas películas y en la propia evocación de Sinclair, este sepia amarillento no sería nostálgico, correspondería a una era industrial casi primitiva, como las fotos de esa misma época no me

Capote: sangre, mentiras y plegarias

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No sabemos cuál era la apariencia de Truman Capote cuando llegó en 1959 al pueblo de Holcomb, en Kansas. Aun vestido del modo menos notable dentro de su estilo, Capote, de 1.55 de estatura "y ruidoso como una escopeta" según su auto descripción, debió ser más llamativo que un plato volador en cualquier pueblo del Oeste de los Estados Unidos. El 99 por ciento de sus habitantes, calculados con moderación, ignoraba su fama. Capote tenía 35 años. Estaba en la cima de su popularidad en el ambiente sofisticado de Nueva York y en poco menos de la mitad de la expectativa de vida contemporánea (puede haber variado varios puntos en las últimas cuatro décadas). ¿Qué hacía allí? Era periodista y, como cualquier periodista, debía responder a las consignas de sus editores, aun de los editores de un periódico de vanguardia como el New Yorker. La vanguardia lo había llevado a ese lugar, de un modo menos casual de lo que parece. Ese sureño se había aclimatado desde la adolescencia a

Jack, es decir nadie

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Firmar Jack The Ripper en inglés equivale, más o menos, a hacerlo aquí como Pepe, el Despanzurrador. Unas cartas escritas con tinta roja y salvaje sarcasmo en 1888 inmortalizaron, sin embargo, ese seudónimo trivial relacionado con una serie de crímenes horribles y hoy semimitológicos. En la frontera con el nuevo siglo, Jack el Destripador se constituye en el modelo de los asesinos sexuales. El investigador Oliver Cyriac, junto con constatar este hecho, señala: "Antes, los hombres mataban por una razón, o así se suponía". Jack también mataba por una razón, pero su razón es brumosa, sin dejar de ser verdadera. Se le atribuye con seguridad el degollamiento de cinco prostitutas, a las que luego extraía las vísceras, entre el 31 de agosto y el 11 de noviembre de 1888, en el sórdido barrio obrero de Whitechapel -un adelanto de cualquier Fuerte Apache del mundo que nacía-, pero no tuvo rostro, y quizá no pueda tenerlo. Mary Ann Nichols, Annie Chapman, Elizabeth Stride, Cathe

No llores por mí, París

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El incendio de Notre Dame destruye, yo creo que para siempre, el sueño parisino que parecía eterno de una ciudad del siglo XX funcionando en una ciudad medieval. Una ciudad de todos los tiempos. Y en suma una ciudad indestructible. - Los romanos solo tienen la ruinas del Coliseo y del Foro, y no lloran por ello -. Durante mucho tiempo, a fuer de sincero, creí que ese ensueño parisino era cierto: en las mismas piedras se habían apoyado peregrinos del siglo XII, espadachines de los siglos XVI y XVII, cónsules, monjes, cortesanas, pintores, Hemingway y el Olivera de Cortázar, Sartre, Juliette Gréco, Charles Parker, y quién sabe quiénes y cuántos más en el pasado, en los próximos siglos y mientras durara el mundo. En las mismas piedras. Exactamente. Yo, que creí de verdad en eso, que me pellizqué cuando pisé por primera vez los adoquines de Montmartre al salir de la Gare du Nord, vi con el tiempo que París se me convertía en una caja de postales, mientras otras ciudades crecían en pe

Darkness

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Disculpen que el ejemplo sea una cuestión tan indiscutible como a simple vista poco política: las imágenes y semiverdades que difunden las cajas de cigarrillos y los paquetes de tabaco, que ocupan el cincuenta por ciento del envase y que es obligatorio exhibir en los quioscos junto a los avisos de cigarrillos. Diré que son un texto paralelo que, por la inversa, nos asfixia y nos mata, y nos acerca cada vez más al 1984 de George Orwell, aunque acontezca de modo natural. Puedo dejar de fumar por eso, y el logro será un logro político reaccionario. No deberían Ellos, no debería nadie, suponer que somos maleables hasta la ignorancia. En otras palabras, no se puede ignorar que los fumadores saben lo que fuman, así como los calaveras saben que son calaveras y no "chillan". Que curarlos cueste caro no es algo que se pueda alegar ante el obsceno despliegue de fortunas de sanos y sanas que seguramente no fuman. Los fumadores y las fumadoras pagan, además, impuestos, y todos los

Delegación sombría

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Tal vez nuestro mundo es el Infierno de otro planeta. Grimm , sexta temporada. Todos sabemos, aunque no lo queramos confesar, que el teatro se está convirtiendo en un género para adictos, como la ópera. Los esfuerzos de los cómicos por mantener viva la comedia en los teatros suelen dar frutos y atraen al público. El resto —es decir el teatro dramático, experimental o clásico— se van confinando en lo que universalmente se denomina underground. De todos modos, el público que va al teatro cómico, si bien más numeroso, hace de su concurrencia una especie de vuelta al pasado, un viaje anacrónico, que no solo deriva —al menos en Buenos Aires— en el antiguo ritual de comer pizza a medianoche, sino que requiere un entrenamiento arcaico para comprender las reglas del género teatral en general. Es inútil que los directores presenten un escenario despojado envuelto en sombra para sustraer la acción de cualquier paisaje de cartón pintado, telones y mobiliario repintado. Quiero decir: aun

La segunda caída del Muro de Berlín

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Desde el punto de vista de las cifras, la hoy casi olvidada serie Lost no hizo "historia". Según el sitio de Economía Digital (el 25 de mayo de 2010), el último episodio de la serie, el más esperado, convocó 13, 5 millones de espectadores en los Estados Unidos el 23 de mayo de 2010. No se manejan cifras seguras de otros países, ni se suman los cientos de miles que bajaron los episodios de Internet, ilegalmente, pero Lost estuvo lejos del gran final de MASH, con 100 millones de espectadores en los Estados Unidos en 1983. Los fenómenos de audiencia se podrían hoy medir perfectamente, con la irrupción de Netflix y otros sistemas de streaming (distribución digital de contenido multimedia). Netflix, la empresa dominante en este servicio, que podría decirnos cuántas personas vieron una serie, cuánta gente vio todos o algunos episodios, cuáles episodios en particular, en qué países y hasta en qué horas, no está sin embargo interesada en difundir esos datos porque su negoc

Aguirre

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No puedo recordar en qué reportaje o libro Raymond Carver contó la primera vez que tuvo contacto con la literatura en su faz de producción. Era repartidor de una farmacia creo y fue a entregar un paquete a una casa en que lo recibió un hombre que vivía rodeado de libros y terminó por regalarle un libro de poesía. Me acuerdo siempre de que Carver habló allí de su sorpresa cuando se enteró de que había gente grande, adulta, que se dedicaba seriamente a escribir. Gente normal, diría yo, ubicada en un sistema de producción, o con apariencia de formar parte de él. Con esto quiero decir que comparto —o hubiese compartido a esa edad— la sorpresa de Carver. El hombre que le pagó la cuenta por aquel paquete no era un excéntrico encerrado en un laboratorio polvoriento en el fondo de una casa descuidada, ni un ermitaño vestido con una tricota deshilachada y una escopeta bajo el brazo. Cuando tenía dieciocho años publiqué una bochornosa plaqueta de poesía. Mi amigo Pancho Muñoz me dijo qu

¿Qué es, después de todo, una noche?

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Abunda la información, falta la verdad -pontificó, la mirada clavada en el vidrio del bar que reflejaba la calma relativa del establecimiento: mesas iguales, vacías, y al fondo un espejo que se reflejaba a su vez en la vidriera, sugiriendo el infinito. -Esto parece cierto-le dije-, pero a título de qué lo menciona. -Nada. Imaginé un titular de diario: Comando Erase anuncia la supresión del 60 por ciento de la información sobre las plantas. -¿Quién dirige ese comando? -El comandante Delete. Es un coronel de inteligencia retirado. -Ha de haber hecho una proclama previa. ¿En qué se funda su acción? -El coronel Delete ha dicho una serie de máximas más o menos incomprensibles. -Así no logrará adeptos. -Si el hombre persiguiera la claridad, no tendría coherencia con su empresa-dijo. -¿Por lo menos se sabe cuándo decidió iniciar su campaña? -Parece que cuando vio a su hijo salir de la Feria del Libro con las manos vacías. Inspirado, pronunció: