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Mostrando entradas de junio, 2019

Jack, es decir nadie

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Firmar Jack The Ripper en inglés equivale, más o menos, a hacerlo aquí como Pepe, el Despanzurrador. Unas cartas escritas con tinta roja y salvaje sarcasmo en 1888 inmortalizaron, sin embargo, ese seudónimo trivial relacionado con una serie de crímenes horribles y hoy semimitológicos. En la frontera con el nuevo siglo, Jack el Destripador se constituye en el modelo de los asesinos sexuales. El investigador Oliver Cyriac, junto con constatar este hecho, señala: "Antes, los hombres mataban por una razón, o así se suponía". Jack también mataba por una razón, pero su razón es brumosa, sin dejar de ser verdadera. Se le atribuye con seguridad el degollamiento de cinco prostitutas, a las que luego extraía las vísceras, entre el 31 de agosto y el 11 de noviembre de 1888, en el sórdido barrio obrero de Whitechapel -un adelanto de cualquier Fuerte Apache del mundo que nacía-, pero no tuvo rostro, y quizá no pueda tenerlo. Mary Ann Nichols, Annie Chapman, Elizabeth Stride, Cathe

Un Ahab del Plata

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Sabido es que el protagonista de Moby Dick , el capitán Ahab, es el verdadero demonio en esa  historia de Herman Melville. El demonio blanco de los mares del sur, el cachalote que le arrebató una pierna y por poco lo parte al medio, es sólo su némesis y su destino. Lo descubre Starbuck en el final del libro ya en medio de la cacería -disculparán que adelante el final: la novela se escribió hace más de un siglo y medio-: " Moby Dick no te busca. ¡Eres tú,  eres tú el que la busca a ella! ". Alberto Cisnero (La Matanza, Argentina, 1975) titula su libro Ajab  porque escribe el nombre como se pronuncia en la Argentina. Es decir, los signos corresponden a nuestra fonética – y a nuestra eufonía, si se quiere-. La forma en que escribe Cisnero es a la vez retórica y moderna; se trata de una escritura en remedo, esto es paródica; lo cual significa recreativa en los dos sentidos posibles de la palabra, y celebratoria de la tradición, a la vez. “ Si usted se comide a la inspección

Una mañana en el jardín japonés

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Cierta vez, Javier Adúriz me dio cita en el jardín japonés de Palermo. Una mañana. Recuerdo que miramos un rato los peces boquiabiertos y luego nos sentamos en un banco. Me habló de cosas que no recuerdo. Terminamos en un café de la avenida Las Heras, más acorde con mis gustos, entre los cuales estanques, peces, plantas muy cuidadas, no se cuentan. Pero entreví esa mañana la rara sustancia de aquel hombre. Un equilibrio que buscó con paciencia y coraje de samurai. Una vuelta de tuerca que hiciese innecesarias comparaciones y metáforas. Una lengua natural. Adúriz trabajó la mitad de su vida metiendo en formas clásicas imágenes visuales crudamente cotidianas; relacionando el mito con el vivir común, con la aspereza y la desolada vulgaridad de las cosas. Es ilustrativo, además de genial, en ese sentido el verso que aquí cito: Ícaro ciego muerde los ravioles (“Sobremesa del mito"), compañero de aquel otro: El pío Eneas rema sin sentido ("Motivos de una u