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Mostrando entradas de 2012

Las visiones chinas de Xul

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El I Ching, el antiguo libro de sabiduría chino –que es algo más que un oráculo– causó un impacto específico, ahora lo sabemos, en nuestro Xul Solar. La forma en que entró en sus sueños es bastante particular, pero nada delirante, al fin y al cabo. Esto se puede ver gracias a la edición de sus San Signos , unos cuadernos que escribió en una lengua de su invención, el neocriollo, pasados a máquina en cierto momento con vistas a la edición pero que vienen a la luz, traducidos al castellano corriente, recién ahora. El libro editado por El Hilo de Ariadna, que hace un tiempo reveló para nosotros El libro rojo de Carl Jung, se presenta dentro de un cartapacio atado con un tiento y su lomo tiene las costuras a la vista, en un remedo de aquellos “raros infolios de los sabios olvidados” mencionados por Edgar Poe en “El cuervo”. Sobre el lomo crudo se ven algunos de los dibujos del I Ching. Contiene preciosas reproducciones de los cuadernos originales y de pinturas de Xul relacionadas.

El dolor liberado

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En 1939, Bob Kane, quien había iniciado su carrera en una escuela de dibujo del Bronx, en Nueva York, trabajaba en la DC Comics. La editorial había lanzado, hacía unos meses, al personaje que se convertiría en el superhéroe por antonomasia: Superman. Kane recibió de su editor, Vincent Sullivan, el encargo de pensar en un nuevo superhéroe. Nos informan las reseñas de la vida de Kane que, desde el año anterior, los creadores de Superman (Jerry Siegel y Joe Shuster) estaban ganando 800 dólares semanales, siendo que el salario de un dibujante de fragua era de 35 a 40 dólares. Kane no podía perder esa oportunidad. Y comenzó a hacer bocetos. El relato que Kane haría del nacimiento de Batman indica que puso al asador toda la carne de la que disponía. Tal vez no era mucha, pero era suficiente y sustanciosa. Sus vivencias personales estaban ya en el camino de los héroes populares, así que no tenía inconvenientes en ese sentido. Era devoto de La marca del Zorro , la película de Douglas Fair

Treinta años después

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Hace más de 30 años, el poeta Francisco Urondo publicó el ensayo titulado Veinte años de poesía argentina , aunque en realidad abarcaba cuatro décadas. Dos cosas recuerdo especialmente de ese trabajo no académico: la honestidad intelectual y el criterio histórico-político que lo guiaba. El hecho de que fuera poco más que un epítome de una época tan extensa, rica y agitada, no impedía que el libro fuese preciso, agudo y convincentemente descriptivo. No comparto ya la idea de Urondo acerca de la tensión básica que configuró ese período, entre los años 20 y los años 60; no suscribo la idea de un antagonismo entre poesía oficialista y antioficialista, vanguardias y tradición, e identificación de la vanguardia literaria con la vanguardia política antiimperialista. Todo esto merece una especial discusión. Lo que quiero destacar es que si algo debemos a los 60, es la aproximación histórico-social al fenómeno de la literatura; una aproximación de tal naturaleza podría parecer limitada y es,

El corte inglés

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El doctor J.H. Watson se sitúa alojado en un hotel de la antigua calle Strand en Londres al comienzo del primer relato de la serie de Sherlock Holmes, A Study in Scarlet (“un estudio en escarlata”, o “en rojo”, como prefirieron otros traductores; 1887). En la primera línea de sus memorias recuerda que se ha graduado como médico en 1878. En las siguientes narra muy sucintamente sus penurias en una guerra de Afganistán. Informa clínicamente que una bala le rompió el hueso del hombro y rozó su arteria subclavia en la batalla de Maiwaud. Lejos de alterar el tono, y decir por ejemplo: “Me habrían reventado los ghazis si Murray no me hubiese sacado de ese infierno”, Watson dice: “…habría caído en manos de los sanguinarios ghazis a no ser por el valor y el cariño de mi asistente Murray, quien me atravesó sobre una mula y me condujo con cuidado hasta nuestras líneas”. El médico militar J.H. Watson está pues en Londres, con licencia, y lleva una vida “monótona e inconfortable”, a la par

Cuando Conan Doyle fue acusado de asesinato

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¿Es posible que Conan Doyle, el creador del detective más famoso de la historia real y ficticia, haya asesinado a un amigo para no verse involucrado en un juicio por plagio? La respuesta a esta pregunta yace en la tumba de Fletcher Robinson, en un pueblo del sudoeste de Inglaterra. Hace unas semanas [julio de 2005], la prensa inglesa informó que un escritor y un científico y ex policía están dispuestos a lograr que la parroquia y el gobierno autoricen la exhumación del cuerpo de Robinson, quien --de esto no hay dudas-- ofreció a su amigo Doyle el argumento de El sabueso de los Baskerville , uno de los grandes relatos de Sherlock Holmes. Y no hay dudas porque el propio Doyle reconoció la deuda en la portada de la primera edición de la novela, la que apareció 1901 como una aventura póstuma de Holmes, a quien Doyle ya había matado en "El problema final" (1893). Hay fuertes argumentos para creer que Doyle no cometió el crimen. Los principales de ellos son su carácter y re

La revolución de los templarios

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Si la “revolución” de los templarios, soñada tal vez por San Bernardo de Claraval, se hubiese cumplido, Occidente sería otro. La trabajosa separación entre el espacio sagrado y la sociedad civil, que aportó sangre y racionalidad al mismo tiempo a la historia del mundo surgido de la caída de Roma, y que posibilitó la revolución burguesa, no se habría consumado. Esta tesis es una ucronía, pero surge de una simple ampliación de la idea que sustenta la historiadora italiana Simonetta Cerrini en La revolución de los templarios (ed. El Ateneo, Buenos Aires). Cerrini pone la lupa en nueve documentos que rastreó en diversas fuentes para estudiar el origen de la primera orden monacal armada en la historia de la cristiandad. El objetivo es demostrar que, aceptado el marco de la dura lucha del clero por separarse del resto de los fieles católicos, los templarios, sobre quienes se han erigido tentadoras leyendas, fueron la expresión ideológica más acabada de lo contrario a lo que pretendían

La travesía de Dante y la travesía de un traductor

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Apuntes para una charla en el Club de Traductores Literarios, Centro Cultural de España en Buenos Aires, 1° de marzo de 2010 *** Cuando Jorge Fondebrider me propuso hablar sobre las dificultades de traducir la Divina Comedia , de la que hasta ahora sólo tengo el primer borrador del Infierno, más bien pensé en una sola dificultad: la dificultad que representa el hecho de traducirla, el abordaje. Ahora bien, en tren de dividir esta gran dificultad en diversas dificultades, enumero: la primera dificultad es que se trata de un libro canónico; la segunda es que aún resuenan en mis oídos las repetidas risitas y frases ingeniosas acerca de la traducción de Mitre, un deporte de nuestros ilustrados. La de Mitre, nos guste o no, es nuestra traducción canónica. Y ha nacido y sobrevive rodeada de risitas sardónicas. De entrada diré que no me hace reír la traducción de Mitre. Vamos a ver más adelante por qué. Con esto, estoy hablando, por ahora, de la segunda dificultad para traducir la Divina