El gato y su poema

Prólogo al libro Gatos. 100 poemas seleccionados
Ediciones en Danza, Buenos  Aires, 2021


Suele decirse que los seres humanos amamos a nuestras mascotas porque las humanizamos y valoramos en ellas su nobleza o su cariño. Pero eso no es cierto en mi caso. Nunca humanicé a mis amigos y amores animales, sino que los amé porque descubría en ellos un rasgo del que carecemos todos los humanos: la inocencia absoluta. En los gatos en particular. Quienes creyeron en el pasado ver al demonio en ellos es porque precisamente los humanizaban. Los gatos en particular no son "fieles" como los perros, pero suelen ser tan cercanos a sus partenaires humanos que emocionan. Y emocionan en mi caso no porque sean "afectuosos" sino porque simplemente buscan calor y protección, comodidad y placer. 

Este libro surge de una propuesta de mi amigo Javier Cófreces. Esa propuesta fue un acto de cariño y solidaridad invalorables, porque se produjo cuando acababa de morir una de mis gatas, la mayor. Javier creyó, por experiencia propia, que hacer un libro dedicado a las hermanas y hermanos de mi gata me aliviaría. Y tenía razón. Pero cuando me puse a la tarea me di cuenta de que había coleccionado ya muchos poemas con gatos. Algunos los había traducido yo mismo de idiomas que no conozco demasiado, como el inglés, en menor medida el francés, un idioma cuyas resonancias me son fieles desde la escuela secundaria. La antología de poemas del gato tenía ya una base sólida en el blog de poesía que alimento diariamente desde hace 15 años. El homenaje había comenzado hacía mucho.

 ¿Por qué el gato? Desde chico conviví con animales. Mi abuela tenía gallinas y permitía la adopción de perros y otros bichos en su casa, en la que me críe. De manera que hubo allá perros, tortugas, canarios, loros, cotorras, jilgueros, cobayos, cardenales y hasta un halcón. Gatos no hacía falta adoptar. Mi abuela tenía, por así decirlo, varios. En rigor no eran de ella, sino que habían adoptado a su vez, en un tiempo sin duda arcaico, la casa. Mi abuela les permitía a las gatas tener crías en el galponcito de herramientas y las crías vagabundeaban por el vecindario cuando se hacían adultas y adultos. Un solo sonido los atraía en masa a la cocina de mi abuela: el del cuchillo contra la piedra de afilar que precedía el corte de las carnes o del pescado.

 De todos los animales, al final amé más a los gatos. Por su supuesta independencia que no es otra cosa que instinto. Por lo mágico de su presencia física. 

 En la reseña de El libro de los símbolos, del Archive for Research in Archetypal Symbolism (ARAS), de Nueva York, escribí para la revista Ñ del diario Clarín:

"Vamos al gato. Miniatura de tigre (por lo tanto, guerrero entre la luz y la sombra), es sin duda, capaz de encontrar en su silencioso patrullaje por los rincones, por la parte trasera de los muebles, por los techos y canaletas, los aspectos salvajes de la casa (la cueva del ratón, el telar de la araña), pero se acurruca junto a la estufa a la hora del reposo. ¿Espíritu o encarnación de un complejo intelectual? Los egipcios no dudaban: ese discreto personaje que surgió del desierto para salvar sus graneros del asedio de las ratas, es un espíritu. Los monjes budistas, y los católicos, solían apreciar su compañía silenciosa y sus servicios de cazador en la vida conventual, no sin maliciarle, los católicos, un secreto diálogo con la tiniebla. Pero aquí se lo presenta asimismo como el personaje que ronda el hogar como un 'mundo ingenioso' en el que 'las selvas primordiales brotan invisibles en las salas de estar, los arroyos desbordan de un cuenco de agua y de los alféizares se alzan rocosos afloramientos'. Tal 'mundo ingenioso' no es el mundo del gato, no es el gato. No podríamos apreciar en la mirada del gato el ingenio sino la vivencia directa. ¿El gato como símbolo de nuestra fantasía?

"Debemos decidir: los símbolos son representaciones de cuestiones abstractas, de vastas ideas, o bien, inquietantemente, son el universo en sí mismo. Un gato puede ser lo que representa o un gato: lo que implica."

Si los egipcios creían que los gatos eran espíritus, o al menos seres espirituales, la actitud de los gatos lo confirma. Su velocidad para pasar del reposo a la acción, su increíble elasticidad, su inescrutable mirada, lejana como el universo y a la vez íntima hasta ser interior, las pequeñas grandes hazañas de sus cacerías, la remembranza del tigre y de la selva... El gato es el mito viviente del misterio. Todo mito es la vida, todo símbolo es vivencia. El gato nos despierta ternura... por lo que no tiene de humano. Por el proceder simple de una inteligencia natural sin pensamiento. Porque no es ni podría ser malo en nuestros términos. Porque está más allá de ellos. 
 
Este libro se propone demostrar cómo, siendo gato, el gato es tantas otras cosas. Desde el fondo de la Edad Media, al menos, hemos podido rastrear lo que produjo en términos de poesía escrita. Y en casi todos los poemas percibimos que la poesía habla del gato como de sí misma. Este libro, hecho con el amor y el dolor, es o quiere ser un registro de las huellas poéticas y -por qué no- místicas del gato sobre el mundo. Pero, siendo una antología, es una muestra posible de que se podría extender con muchos otros poemas que muchos lectores guardan, sin duda, en su memoria.

Jorge Aulicino
Mayo 2021

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