Radio Roma
De acuerdo con el testimonio de William Carlos Williams, Ezra Pound estaba convencido de que un francotirador acabaría con su vida si aceptaba trasponer la puerta del manicomio St. Elizabeth en Washington para ser trasladado a un sitio más agradable, traslado que se proponían lograr algunos amigos (Buenos Aires Poetry, sept. 24 de 2016 *). Pound probablemente estaba paranoico, pero se sabe que los paranoicos incrementan, por la ley fundamental de la estadística, las probabilidades de que sus temores sean cumplidos en la misma medida en que multiplican el número de sus oponentes imaginarios. Es simple: cuantas más gotas dispersas de lluvia caigan sobre una silla en el jardín, más probabilidades se tendrán de que dos gotas caigan en el mismo lugar. En los Estados Unidos, presidentes y políticos han sido abatidos a disparos en un número considerable. Pound había sido acusado de traición a la patria por sus trasmisiones por Radio Roma durante la Segunda Guerra Mundial y sólo lo salvó de la pena de muerte el hecho de que fuera declarado mentalmente insano. Erraba en la evaluación política del momento. Un traidor pro-fascista de los años de guerra ya no importaba tanto como un imaginario o real espía soviético de la guerra fría, y esto es lo que sin duda no era Pound para el Estado. Pero hay algo más interesante sobre Pound en las Memorias de Williams. Son los motivos por los cuales Pound creía que el Estado quería eliminarlo. No era por sus trasmisiones desde Radio Roma.
Dice Williams:
En muchos casos tuve conciencia de que analizó correctamente lo que concierne a la degradación criminal de la función del dinero, y el papel que debe jugar el poema en la batalla que debemos librar. “Ataque a ese nivel”, aúlla Pound. Porque no vemos, como él nos hace notar, que en las formalidades del poema el criminal está seguro, bien protegido. Y tampoco entendemos que el poema (y no la poesía, ese hueso a roer) es la cápsula ideal donde a veces, hábilmente, ciertos hechos pueden conservarse protegidos.
De ahí proviene cierto odio hacia el poema, las tentativas odiosas y violentas para suprimirlo, el choque que a veces provoca, y la constante tentativa de difamación en relación con cualquiera que esté tocado por su llama.
Pound colocó muy bien su artillería poética en muchas oportunidades. Su pensamiento respecto al papel del poema como tal estaba, sin embargo, inflacionado. Solía poner el síntoma en el lugar de la causa. Sostenía por ejemplo en su ABC de la lectura que la degradación del idioma provoca inevitablemente la degradación de la política y de la sociedad entera. Si el discurso no se mantenía "cercano al hueso", si se inflaba y separaba cada vez más de "la cosa", el andamiaje social se iba "al demonio". La "fioritura" era así causa de la usura que Pound denunciaba y no al revés, en todo caso. Suele ocurrir en realidad que el sistema trastabilla a veces o se hace falso y enclenque y el lenguaje lo representa en esa ineptitud, en esa crisis.
De este mismo modo, Pound creía que el poema encapsulaba la verdad, y por esto era perseguido. Sin embargo, el Estado lo juzgó por las ideas que formuló en Radio Roma, no por sus Cantos. Y si se tuvieron en cuenta los Cantos durante el juicio -no lo sé- no puede haber sido más que como prueba adicional. Es muy simple pensar por qué: eran de difícil comprensión aún para el juez mejor formado. Su naturaleza ideológica se hubiese escurrido en manos del tribunal. Hablamos, por otro lado, de un Estado paranoico pero que formalmente mantenía las libertades de expresión y circulación de las ideas. Un estado paranoico extremo acababa de quemar libros en Berlín, pero digamos la verdad: fue un hecho simbólico de desprecio a toda la "cultura degenerada" de occidente, no un modo efectivo de abolirla. Y de eso eran conscientes los nazis. No se les ocurría que debían suprimir libros, sino autores. Y confiaban en que la propaganda contra la “cultura degenerada” era más efectiva que suprimir libros, uno por uno. Muchos libros han sido destruidos a lo largo de la historia porque portaban pensamientos más o menos claros y lógicos contra los sistemas. Los libros de poesía engrosaron las piras por las dudas. Justamente porque, como Pound entrevió, "encapsulaban" la verdad. No razonaban sobre ella ni la proponían como motor de cambio. Y cuando lo hacían, a la vez que rompían la cápsula se convertían en mera propaganda y les cabían las generales de la ley. Ya no como libros de poesía, sino como instrumentos de propaganda.
La leyenda dice que los árabes destruyeron lo poco que quedaba de la biblioteca de Alejandría -mayormente destruida por los cristianos-, luego de que el jefe militar Amr ibn al-As pidiera instrucciones al califa Omar acerca de los libros encontrados. "Si contienen la doctrina del Corán, no nos sirven porque ya la conocemos; si son contrarios a ella, conservarlos tampoco tiene sentido", le escribió Omar. La incerteza sobre el contenido de los libros se resolvió no pocas veces de esa manera. Bajo esta ley, los libros de poesía siempre resultan condenados. Con ellos muere lo que sus cápsulas contienen, que no es otra cosa que el maravilloso árbol del pensamiento poético, anterior a todas las formas de civilización y organización de la política. Pound tenía razón acerca de la persecución a la que a menudo se sometió a los libros de poesía. No tanta en cuanto a los motivos de esa persecución, que más bien apuntó casi siempre al poeta en tanto personaje pre-político y antipolítico. Los poetas son naturalmente torpes para ese menester. Razón tenía en cuanto a todo aquello que la cápsula protege: una verdad, pero un amplio y ramificado sistema de verdad, como lo demuestran sus Cantos.
A Williams le quedó algo claro en esos debates:
El poema es la cápsula donde encerramos nuestros secretos punibles. Y si adquieren su virtud específica es porque encubren el único germen de vida, la facultad de desarrollar su estructura secreta hasta en los detalles ínfimos de nuestros pensamientos. Es por eso por lo que escribimos, para que el grano se levante y de esta manera el poema se convierta en la prueba más sólida de la permanencia de la vida que puede reconocer la experiencia.
Por su parte, Pound parece haber entendido al final que la lucha que libra el poema -todos, y cada uno de ellos por separado- es un inacabado e inacabable testimonio que solo aleatoriamente influye en acontecimientos inmediatos o en transformaciones inmediatas. Sus cantos siguieron ramificándose mientras él se mantenía encerrado en su mutismo en Venecia. Su poesía era ya parte de la lucha secreta de la civilización por mantenerse íntegra. Desde hace tiempo, quizá desde el final de la lucha de los sistemas mundiales, las palabras políticas tienen poco que ver con un fin realmente civilizatorio. Las palabras que se manejan en las pantallas y en los mítines carecen de cualquier valor, incluso del más elemental valor semántico. En rigor, los políticos no hablan. Los fragmentos del mejor pensamiento se unen y desunen en poemas que circulan para un confuso deleite de minorías. Pero allí sigue estando aquello "punible": la indefensión antes que la gallarda ofensiva. Mantener el derecho de formular tal intemperie es la real política del poema, sin perjuicio de las propias y personales trasmisiones de Radio Roma que cada poeta elija hacer o no hacer.
© Jorge Aulicino
Periódico de Poesía, Año 10, n° 108, abril 2018
* https://buenosairespoetry.com/2016/09/24/el-poeta-en-el-manicomio-ezra-pound-por-william-carlos-williams/
Imagen: Ezra Pound a su llegada a los Estados Unidos en 1945. Foto AP
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