Ecología y antipoesía
Nicanor Parra, a los 72 años [1986], busca el equilibrio de su sistema de pensamiento. Protagonista de una revolución casi unipersonal -la antipoesía, que pretendía borrar la metáfora prestigiosa y hacer evidente la irrealidad de los objetos concretos- es hoy ecologista. Es decir, ha terminado con su rechazo visceral por las ideologías y quiere balancear en su espíritu el humor casi macabro de sus antipoemas con la defensa filosófica del medio ambiente.
Este cronista visitó con él y con el escritor Juan José Hernández la catedral de Salta, durante el reciente Congreso Latinoamericano de Poetas y Narradores [noviembre de 1986] y, mientras Hernández oficiaba de anfitrión, mostrando el sagrario labrado en oro, el irreverente inventor de la antipoesía paseaba su mandíbula dura entre los fieles postrados y tomaba notas. "Esta fe... esta fe -comentó- me hace revivir el siglo XVIII".
Después, bajo un sol que mareaba, Parra evocaba a escritores argentinos que había conocido en Santiago de Chile: "Raúl González Tuñón... un alma en pena, un espíritu bondadoso".
Parra sonríe rara vez y, sin embargo, su gesto no es adusto. Su aire de desprolijo profesor de matemática, un gesto sombrío e inerme, despierta hacia él ternura, palabra que no goza seguramente de sus preferencias.
El diálogo fue en las calles, en los intervalos del Congreso, y, finalmente, en la casa centenaria del poeta Raúl Aráoz Anzoátegui, en las afueras de la ciudad. Parra estaba relativamente tranquilo, quizá porque ha demostrado que su revolución, básicamente antinerudiana, tuvo su hora. Pero en los años setenta, cuando en uno de sus "artefactos" poéticos proclamaba: "Cuba sí, yanquis también", la izquierda se crispaba.
-Este invento suyo de la antipoesía llama la atención, sobre todo porque se produce en Chile. Este aggiornamento, esta puesta a punto de la poesía con la sociedad industrial en América latina, nace curiosamente en un país no industrializado, que no está, ni mucho menos, devastado por la contaminación ni al borde del estallido demográfico. ¿Cómo lo explica?
-Lo explico porque es un movimiento de reacción literaria frente al modernismo, llevando el modernismo hasta Neruda. "Qué pura eres de sol / o de noche caída, / qué triunfal desmedida / tu órbita de blanco". ¿Qué es eso? Bueno, musicalidad pura y preciosismo lingüístico. Esta tesis debía tener su antítesis, que podría concebirse más o menos en estos términos: el modernismo es elitista y preciosista, entonces hay que abrirse y desimpostar la voz.
-Preciosismo que llegó a ser popular, paradójicamente.
-Yo creo que lo que pasó allí, simplemente, fue una fuerza social desencadenada paralelamente a la estética. Resulta que Neruda era el poeta de un partido. Puntos suspensivos.
-Me refería a Rubén Darío, que fue bastante popular en vida y mucho más después de su muerte.
-Relativamente popular. Pero eso se debe a la alienación cultural. Fue un poeta alienado dentro de una sociedad alienada. Darío ofrecía un estupefaciente al lector. El antipoeta le arroja un balde de agua fría.
-¿Para ganarse la antipatía del lector?
-Con el objeto de que tomase conciencia... Tratando de explicar el modernismo, Lefebvre [Henri] ha dicho que daba respuesta a la identidad fracturada del hombre del siglo XIX. Es claro, mientras escuchamos una frase bien estructurada nos sentimos bien, pero claro que sólo mientras dura el poema, después volvemos a nuestros conflictos.
-Con la antipoesía, ¿uno se sentiría bien con sus conflictos?
-La otra respuesta generada en en siglo XIX es la respuesta de Marx. Marx decía que la culpa de la fragmentación del individuo no está en él, sino en la sociedad. El individuo recupera su identidad en la lucha social. Pero fíjate que Marx hablaba de "medios de producción" y no de medios de destrucción. El correlato de la mentalidad burguesa, que ponía todo en el individuo, es el modernismo. Quiero decir, el liberalismo produce el modernismo en poesía. Marx produce el realismo socialista. En ninguno de los dos planteos está presente -ni filosófica ni estéticamente- la relación con la naturaleza.
-De modo que en este planteo estriba su antiguo rechazo a las ideologías...
-Hablemos un poco de esto... Yo creo que el ciudadano planetario se define hoy porque actúa puntualmente pero piensa globalmente. No se olvida del hambre, de los problemas puntuales, pero debe colocarlos en la totalidad del problema. Si yo digo que debemos desimpostar la voz y trabajar en el idioma de la tribu, también digo que sólo abordaremos los problemas de la tribu. Y el mayor problema de la tribu es la supervivencia. Nadie se dio cuenta de aquello que estábamos haciendo con la naturaleza, hasta el momento en que, hoy, la situación es casi irreversible. Yo creo que introducir hoy la idea de la ecología -no sólo la ecología como ciencia o la simple ecología municipal- es propender a la autorregulación del sistema espiritual. El sistema espiritual es un sistema ecológico. Incorporemos a los temas puntuales del hombre, a los problemas sociales, la visión del problema ecológico.
-¿Entonces el Parra diabólico de los antipoemas se convirtió en un apóstol?
-No, junto a los textos ecológicos, están los antiecológicos. Un ejemplo de texto ecológico es este: "El error consistió en creer que la tierra era nuestra, / cuando la verdad de las cosas / es que nosotros somos de la tierra". Y al lado un texto del siguiente cariz: "No veo para qué tanta alharaca / ya sabemos que el mundo / se acabó".
-¿El pesimismo del comienzo?
-Es un chiste, como te dije mientras caminábamos, posterior al holocausto nuclear. Pero lo hago con el objeto de mantener el equilibrio del espíritu.
-El antipoeta sigue allí. Parra no es un converso.
-Yo diría que sí, puesto que me veo en la obligación de poner un texto antiecológico junto a un texto ecológico... precisamente por razones ecológicas. Para mantener el equilibrio del sistema. Trabajo según el método taoísta de la oposición. De lo contrario, corro el riesgo de caer en un nuevo realismo socialista.
© Jorge Aulicino
Clarín, Buenos Aires, 16 de noviembre de 1986
Este cronista visitó con él y con el escritor Juan José Hernández la catedral de Salta, durante el reciente Congreso Latinoamericano de Poetas y Narradores [noviembre de 1986] y, mientras Hernández oficiaba de anfitrión, mostrando el sagrario labrado en oro, el irreverente inventor de la antipoesía paseaba su mandíbula dura entre los fieles postrados y tomaba notas. "Esta fe... esta fe -comentó- me hace revivir el siglo XVIII".
Después, bajo un sol que mareaba, Parra evocaba a escritores argentinos que había conocido en Santiago de Chile: "Raúl González Tuñón... un alma en pena, un espíritu bondadoso".
Parra sonríe rara vez y, sin embargo, su gesto no es adusto. Su aire de desprolijo profesor de matemática, un gesto sombrío e inerme, despierta hacia él ternura, palabra que no goza seguramente de sus preferencias.
El diálogo fue en las calles, en los intervalos del Congreso, y, finalmente, en la casa centenaria del poeta Raúl Aráoz Anzoátegui, en las afueras de la ciudad. Parra estaba relativamente tranquilo, quizá porque ha demostrado que su revolución, básicamente antinerudiana, tuvo su hora. Pero en los años setenta, cuando en uno de sus "artefactos" poéticos proclamaba: "Cuba sí, yanquis también", la izquierda se crispaba.
-Este invento suyo de la antipoesía llama la atención, sobre todo porque se produce en Chile. Este aggiornamento, esta puesta a punto de la poesía con la sociedad industrial en América latina, nace curiosamente en un país no industrializado, que no está, ni mucho menos, devastado por la contaminación ni al borde del estallido demográfico. ¿Cómo lo explica?
-Lo explico porque es un movimiento de reacción literaria frente al modernismo, llevando el modernismo hasta Neruda. "Qué pura eres de sol / o de noche caída, / qué triunfal desmedida / tu órbita de blanco". ¿Qué es eso? Bueno, musicalidad pura y preciosismo lingüístico. Esta tesis debía tener su antítesis, que podría concebirse más o menos en estos términos: el modernismo es elitista y preciosista, entonces hay que abrirse y desimpostar la voz.
-Preciosismo que llegó a ser popular, paradójicamente.
-Yo creo que lo que pasó allí, simplemente, fue una fuerza social desencadenada paralelamente a la estética. Resulta que Neruda era el poeta de un partido. Puntos suspensivos.
-Me refería a Rubén Darío, que fue bastante popular en vida y mucho más después de su muerte.
-Relativamente popular. Pero eso se debe a la alienación cultural. Fue un poeta alienado dentro de una sociedad alienada. Darío ofrecía un estupefaciente al lector. El antipoeta le arroja un balde de agua fría.
-¿Para ganarse la antipatía del lector?
-Con el objeto de que tomase conciencia... Tratando de explicar el modernismo, Lefebvre [Henri] ha dicho que daba respuesta a la identidad fracturada del hombre del siglo XIX. Es claro, mientras escuchamos una frase bien estructurada nos sentimos bien, pero claro que sólo mientras dura el poema, después volvemos a nuestros conflictos.
-Con la antipoesía, ¿uno se sentiría bien con sus conflictos?
-La otra respuesta generada en en siglo XIX es la respuesta de Marx. Marx decía que la culpa de la fragmentación del individuo no está en él, sino en la sociedad. El individuo recupera su identidad en la lucha social. Pero fíjate que Marx hablaba de "medios de producción" y no de medios de destrucción. El correlato de la mentalidad burguesa, que ponía todo en el individuo, es el modernismo. Quiero decir, el liberalismo produce el modernismo en poesía. Marx produce el realismo socialista. En ninguno de los dos planteos está presente -ni filosófica ni estéticamente- la relación con la naturaleza.
-De modo que en este planteo estriba su antiguo rechazo a las ideologías...
-Hablemos un poco de esto... Yo creo que el ciudadano planetario se define hoy porque actúa puntualmente pero piensa globalmente. No se olvida del hambre, de los problemas puntuales, pero debe colocarlos en la totalidad del problema. Si yo digo que debemos desimpostar la voz y trabajar en el idioma de la tribu, también digo que sólo abordaremos los problemas de la tribu. Y el mayor problema de la tribu es la supervivencia. Nadie se dio cuenta de aquello que estábamos haciendo con la naturaleza, hasta el momento en que, hoy, la situación es casi irreversible. Yo creo que introducir hoy la idea de la ecología -no sólo la ecología como ciencia o la simple ecología municipal- es propender a la autorregulación del sistema espiritual. El sistema espiritual es un sistema ecológico. Incorporemos a los temas puntuales del hombre, a los problemas sociales, la visión del problema ecológico.
-¿Entonces el Parra diabólico de los antipoemas se convirtió en un apóstol?
-No, junto a los textos ecológicos, están los antiecológicos. Un ejemplo de texto ecológico es este: "El error consistió en creer que la tierra era nuestra, / cuando la verdad de las cosas / es que nosotros somos de la tierra". Y al lado un texto del siguiente cariz: "No veo para qué tanta alharaca / ya sabemos que el mundo / se acabó".
-¿El pesimismo del comienzo?
-Es un chiste, como te dije mientras caminábamos, posterior al holocausto nuclear. Pero lo hago con el objeto de mantener el equilibrio del espíritu.
-El antipoeta sigue allí. Parra no es un converso.
-Yo diría que sí, puesto que me veo en la obligación de poner un texto antiecológico junto a un texto ecológico... precisamente por razones ecológicas. Para mantener el equilibrio del sistema. Trabajo según el método taoísta de la oposición. De lo contrario, corro el riesgo de caer en un nuevo realismo socialista.
© Jorge Aulicino
Clarín, Buenos Aires, 16 de noviembre de 1986
Foto: s/d
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