El último poeta comunista

Evgueni Evtushenko (Zima, Rusia, 1932-Tulsa, Estados Unidos, 2017) era, para muchos de los poetas argentinos de los años setenta, el poeta for-export de la Unión Soviética, el poeta de la política de deshielo de Krushev. Un equivalente de Pablo Neruda, en Chile. De Armando Tejada Gómez en la modesta escala argentina. Esto es, el poeta del Partido, si no en la forma, en la intención: una poesía de masas, de "calidad", claro, pero ideológicamente binaria. Realismo socialista reelaborado, adaptado a condiciones cambiantes del propio socialismo, pero esto sí, multicolor, llamativo.

Sin embargo, cuando mirábamos el librito que José Luis Mangieri había traducido para su sello editorial La Rosa Blindada en 1967, la poesía de Evtushenko nos parecía, me parecía, más adusta, más sincera. Las tapas eran naranjas y negras, con la silueta de un toro. Buscábamos las razones del título -No he nacido tarde- en los propios poemas. Y las encontrábamos. Se trataba de la biografía de un hombre que no había nacido durante la Revolución de Octubre, que había crecido durante el estalinismo, que se había perdido la edad heroica y se había formado durante la guerra caliente y la guerra fría. Un hombre que quería decir que a pesar de eso en la Unión Soviética tenía algo que hacer, algo que debatir, algo que construir. Eso decía esa voz que, en el reflejo lejano de una traducción, evocaba cierto intimismo, al estilo Pasternak.

En los 50, antes de ser el poeta de la nueva URSS, había sido expulsado del Instituto Gorki de Moscú por su defensa pública del escritor disidente Vladímir Dudíntsev. Ese fue su pasaporte hacia el deshielo.

En los sesenta y setenta, hacía poesía para leer en los estadios. Convergía así con un poeta beatnik, con Allen Ginsberg, sólo que uno era un desesperado de la destrucción y el otro traslucía la transparente comodidad de una especie de clase media revolucionaria moscovita.

Lo conocí en los años ochenta en un recital que dio en la Sociedad Argentina de Relaciones Culturales con la Unión Soviética (SARCU). Era un tipo muy alto y corpulento, un eslavo verdadero, que se vestía con la tradicional camisa bordada rusa y una gorra colorida. A su voz le quedaba chico ese salón del SARCU. Me acordé de versos de Maiacovski, de quien se lo señalaba "continuador". Una sorda angustia le faltaba, como aquella que le dictó al poeta futurista "el Partido es lo único que jamás me traicionará". Se pegó un tiro, no por el partido, sino por su enorme desolación. Pero, como Evtushenko, era "una fábrica de versos".

Me acerqué al siberiano y le dije que era periodista de un diario y quería solo hacerle dos o tres preguntas sencillas. Me miró, debo decirlo, con una mirada honesta. Era igual a lo que decía. Y era, como los rusos, latino: un colega dijo a mi lado que yo también era poeta, y el coloso me abrazó, me besó… y me levantó unos treinta centímetros del piso.

Jorge Aulicino. Infobae, 3 de abril de 2017

Foto: Evgueni Evtushenko durante una lectura de poemas en los Estados Unidos en 1993. Reuters/Infobae

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