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Mostrando entradas de octubre, 2011

El sombrero del muerto

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Pasé muchas horas jugando algunos juegos para PC y hasta puedo decir que fui adicto a uno de ellos, pero no alcanzo a comprender la necesidad de especialistas en nuevas tecnologías de discutir si esta forma inédita de entretenimiento es arte. Habrán visto que últimamente es fácil llamar arte a algo. Los carteles, distintos géneros de "intervenciones", el piercing , algunas manifestaciones de protesta, disputan la categoría de arte, tanto con el fin de prestigiarse con la forma moderna y revolucionaria de concebirlo como de desacreditar lo que no es ideológica o estadísticamente popular. Los videojuegos son ahora el principal candidato a lograr la supuestamente honrosa denominación de "octavo arte", cuando todavía no sabemos dónde está el séptimo. Clarín dedicó espacio, el domingo pasado, a consideraciones como las del "crítico de videojuegos" Stephen Totilio, quien habla de una forma "incipiente" de arte (¿incipiente?; ¿cuál habrá sido

Un bosque de símbolos

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En la página 82 de Borges , ese mamotreto de la contracultura ilustrada, Bioy anota la vacilación de Jorge Luis Borges ante unos versos de Leopoldo Lugones: y a nuestros pies un río de jacinto / corría sin rumor hacia la muerte . “- Borges:¿Vos creés que tenía razón Ibarra? ¿Qué el río de jacinto es el semen? Bioy: -¿Qué otra cosa puede ser?” El episodio es verosímil. En varias ocasiones Borges dejó entrever que, en su concepción, las metáforas están hechas de términos intercambiables. En la metáfora no podría haber ambigüedad. Le molestaba, al parecer, que en un soneto de Quevedo “la sangrienta luna” pudiera ser el satélite natural de la Tierra, teñido de rojo, o la media luna de los estandartes moros. Tal vez tenía razón. Pero en aparatos verbales más complejos la correspondencia perfecta no es posible. Tales dispositivos tienen la propiedad del símbolo. Y no son reducibles a una frase o a una imagen a la que, se supone, están reemplazando. No todas las figuras retóricas son

En cuanto a Dios...

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Entre un dios razonado y aquel de Tertuliano que nos permite llegar a él por la excepción ( Credo quia absurdum : creo porque es absurdo), la ciencia católica ha de tomar un camino. Durante el medioevo y parte de la Edad Moderna, la Iglesia eligió el atajo de convertir el dogma en razón del Estado Vaticano, en tanto la Iglesia era el pueblo de Dios pero también el Estado de Dios. La Iglesia terminó por dar al César lo que es del César y no abandonó el campo ideológico y el espiritual, que es donde le corresponde actuar. De este modo, sí: hay una ciencia católica por cuanto existe la Academia de Ciencias del Vaticano. Y lo que se teje allí no son supercherías. Necesidad y azar: tales las categorías que, centralmente, se entremezclan en Impresiones cósmicas , el libro del físico teórico Walter Thirring, miembro de la Academia vaticana y de la Nacional, de Washington, y que ha sido profesor del Instituto Max Planck, del MIT y del Erwin Schrödinger y director de la División Teórica

Cómo empezó esto

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Si en la primera página un libro de divulgación científica asegura que la filosofía ha muerto, y poco más adelante declara que su objetivo es demostrar que el universo pudo comenzar sin la intervención de Dios, y luego, tras andar algunas páginas, lisa y llanamente afirma de sí mismo que “está enraizado en el concepto de determinismo científico”, uno se siente ya lo suficientemente fastidiado como para que, a continuación, todos los chistes estúpidos con que los autores pretenden hacer reír a su auditorio, como un típico par de cómicos stand up, lo molesten más. No exagero:  El gran diseño ,  de Stephen Hawking y Leonard Mlodinow, está plagado de toques de humor de este talante: “Podría haber un universo donde la Luna fuese de queso, pero hemos observado que la Luna no es de queso, cosa que es una mala noticia para los ratones” (ja, ja, ja). Es lamentable que el reputadísimo Stephen Hawking le haya tenido que entregar la batuta del estilo al radical ateo y cómico de campus universi